El Congreso de Fez marca una pauta.

Organizado por la Universidad Sidi Mohammed Ben Abdellah, Facultad de Letras y Ciencias Humanas- Dhar el Mahraz – Fez y su Departamento de Lengua y Literatura Hispánicas en colaboración con el Instituto Cervantes de Fez, se celebró el III coloquio internacional bajo el tema:
"La imagen del otro en los escritores españoles y marroquíesen lengua española”
Fue en los días 24 y 25 de mayo de 2007 y con la participación, por orden alfabético, de:
Abdelaziz Nouache (Universidad de Fez), Abdellatif Ghailani (Universidad de Fez), Abdelmouneim Bounou (Universidad de Fez), Ahmed El Gamoun (Universidad de Oujda), Ahmed El Moustaghite (Universidad de Fez), Ahmed Mohamed Mgara (Escritor y periodista), Alberto Darias Príncipe (Universidad de La Laguna), Aziz Tazi (Universidad de Fez), Driss El Fakhour (Universidad de Fez), El Hassane Arabi Mouzouri (Universidad Complutense), José Sarriá Cuevas (Poeta, ensayista y crítico literario), Juan José Sánchez Sandoval (Aula del Estrecho), Kais Marzouk El Ouariachi (Universidad de Fez), Kamal Ennaji (Universidad de Fez), Mohammed Amrouche (Universidad de Casablanca), Mohammed Chakor (Escritor y occidentalista), Nordin Achiri (Universidad de Fez), Rodolfo Gil Benumeya Grimau (Escritor y arabista), Saïd Sabia (Universidad de Fez), Salvador López Becerra (Instituto Cervantes) y Sanae Chairi (Profesora de secundaria).
En el Encuentro presentamos una penencia bajo el título:
«Visión de Tetuán en la obra de José María Rodríguez Méndez:
Pudriéndome con los árabes »
Cuando se me propuso la idea de participar en éstas interesantes jornadas no dudé en pensar en el estatus real de nuestras relaciones y, de manera muy especial, en la realidad de la visión que a ambos lados del estrecho poseemos, cada cual a su manera y convicción. No todos los marroquíes vemos a todos los españoles por igual. Ni todos los españoles nos ven a todos los marroquíes con iguales patrones de medida, si bien, hay unos prejuicios que estandarizan “esa visión” y que son, desgraciadamente, los que más abundan. Al respecto puedo decir que los últimos siglos de nuestra historia común son fiel reflejo de esos prejuicios, dejando de lado la coexistencia, la convivencia y la fraternidad que nos unen por encima de diferencias étnicas, de nacionalidad, de usos, costumbres, credos, religiones y otros estatus sociales que configuran la personalidad de unos y de otros.Reconozco que he estado varias semanas recordando y reavivando el recuerdo de mi infancia y juventud cuando en Río Martín y en Tetuán convivíamos con respeto y afecto los que formábamos la sociedad de aquél entonces en esas dos bellas localidades. Teníamos las puertas abiertas de par en par tanto los españoles como los marroquíes, sefardíes de ambas nacionalidades incluidos, así como ciudadanos que confesaban otras religiones y que eran de origen hindú, pakistaní y de otros lugares del mundo. Tetuán nos enseñó lo que era la convivencia y cómo había que administrar el respeto hacia los demás sin perder el propio “yo”. Por eso no me costó conseguir la amistad de muchos españoles u occidentales como los amigos aquí ponentes, José Sarriá, Rodolfo Gil, Juan José Sánchez Sandoval o Salvador López Becerra, ni a ellos tampoco, por supuesto.
Tras éste preámbulo, necesario para dejar bien claro el paraninfo desde el cual voy y visualizar la obra de José María Rodríguez Méndez “pudriéndome con los árabes”, libro editado por Península, Barcelona, en 190 páginas, en 1974, por primera vez. El autor nació en 1925 en el Madrid castizo, estudió Derecho en Barcelona y en Zaragoza. Carrera que ejercería en su etapa militar en Melilla y en Chafarinas para dedicarse plenamente al teatro en sus múltiples facetas. Publicó más de 50 obras dramáticas desde 1954El autor llegó a Marruecos lleno de esos prejuicios que le habían enseñado y de los cuales había oído hablar desde temprana edad. Y llega atravesando el Estrecho de Gibraltar de Algeciras a Ceuta y de allí hacia Tetuán. Un trayecto soñoliento que da siempre tiempo para alguna reflexión madura:
En aquel atardecer caluroso de julio, mientras me acercaba a Tetuán, capital del Protectorado Español, me encontraba lleno de absurdas ideas que me habían embutido mis maestros. De modo que pensaba que los “moros” era una gente muy inferior, una raza miserable, traidora, sucia, salvaje y de la que había que guardarse”.
Términos éstos referidos por nuestro amigo Sidi Mohamed Chakor en su monografía sobre los siglos de prejuicios hacia el “moro, y a los que aludimos en nuestra obra bibliográfica sobre “el cine español y Marruecos” aplicados al celuloide, con motivo del centenario del cine español y Marruecos.
Y dice posteriormente, después de conocer un poco lo que era Tetuán y sus habitantes nativos:
Y en aquel momento, se derrumbó en mi interior toda la absurda escenografía idiota que me habían enseñado los maestros y mostrado en muchos libros. El pueblo enemigo, salvaje, sucio, traicionero y miserable, resultaba que era un pueblo pacífico, suave, simpático, indolente y de apariencia despreocupada.
Los arrabales que unen Ceuta con Tetuán no le llaman excesivamente la atención. Dedica ese tiempo a contemplar las caras y las expresiones de quienes montaban “La Valenciana”, compañía de transportes que cubría toda la zona sumisa al protectorado español y que acabaría llamándose Líneas Nacionales antes de fusionarse con la CTM.
El escritor referido estaba sorprendido de lo que veía por encontrar una disparidad entre lo que se esperaba y lo que realmente estaba viviendo. Afirma, cómo veía a los moritos, palabra empleada como diminutivo afectivo aunque, muchas veces, podía llevar un sentido despectivo y peyorativo:
Todos esos colonizadores hablaban despectivamente de los “moros”, como designaban a los musulmanes y como ya en la escuela les habían enseñado a denominarlos. A veces en lugar de “moros” les llamaban los “moritos” con un aire paternalista que quería ser cariñoso.
Incluso había en el autocar un almeriense que decía a su hijo, que iban a Tetuán por vez primera:
“Cuando lleguemos a Tetuán verás cuántos moritos…”Por supuesto que el tostado almeriense no se preocupaba de la presencia de los dos muchachos musulmanes a quienes habían de herir sus palabras. Para él los “moritos” eran como animales carentes de sensibilidad…
De todo lo anterior se pueden sacar varias conclusiones como la mezcla o desconocimiento de lo que es ser árabe, musulmán o marroquí, empleando las tres palabras en diferentes casos sin diferenciar entre ellas cuando, realmente un marroquí, por ejemplo, puede no ser árabe, como los beréberes. Y puede no ser tampoco musulmán, como un sefardí… y así varias combinaciones de contraste.
Y llegando a Tetuán, pocos españoles llegan a adentrarse en la ciudad andalusí. La medina.Aún en nuestros días hay españoles que, después de treinta años viviendo en la ciudad no han cruzado nunca los límites de lo que es la ciudad Ensanche o las típicas calles del comercio que van del Feddan a Bab Okla O Guersa Quebira, menos de un Km. de recorrido.
Rodríguez Méndez se hacía eco de éste hecho al decir:
Muchos entraban en el barrio moro de Tetuán más bien por obligación, como visita turística obligada, pero se les notaba el miedo que les embargaba durante el corto trayecto, a través de la calle principal del zoco, y el nerviosismo con que se movían. Cuando salían, al fin, del laberinto y respiraban el aire de la Plaza de España o de la calle de la Luneta se sentían como liberados, como si hubieran estado durante largo tiempo cautivos del Gran Turco….
Para decir, al hablar de la medina o ciudad andalusí y lo que representaba para los españoles de la época pasearse en sus calles:
Me zambullí en el llamado “barrio moro” al día siguiente de llegar a Tetuán. Aunque parezca mentira, internarse en las callejas de la morería” tetuaní, llenas de gentes abigarradas, que tropezaban unas con otras, pobladas de vendedores de verduras, especias, baratijas, transitadas por borriquillos morunos, salmodiadas de pregones y cantilenas de mendigos, internarse por aquellas callejas estrechas no dejaba de ser una aventura para el recién llegado de la Península. Más tarde supe que incluso muchos de los que llevaban años viviendo en Tetuán –militares o civiles- jamás habían traspasado la puerta que conducía a la ciudad musulmana…
Lo que confirma lo sabido y aplicable, aún en nuestros días, a gran parte de los funcionarios españoles residentes en la ciudad del Dersa..
Para decir con posterioridad:
Y yo pongo al Dios Clemente y Poderoso por testigo de que en esos zocos y en esos barrios huele a hierbabuena, a especias, a cal húmeda y todo está impregnado de una cálida humanidad.
Y se hace eco de esa convivencia y coexistencia entre etnias y ciudadanos de diferentes credos y dispares puntos de la tierra de la que hice referencia en la introducción:
Yo me pasé por entonces ya horas y horas callejeando… sin que jamás tuviera el más leve tropiezo, sino al contrario, constantes muestras de afecto y simpatía, pese a vestir muchas veces el uniforme caqui de la potencia colonizadora. Hasta en las mezquitas metí mis narices, sin que nadie me molestara para nada.
Nuestro escritor, con la sensibilidad del dramaturgo que lleva dentro de su inspiración, trata Tetuán desde diferentes aspectos sociológicos y antropológicos vigentes, muchos de ellos, durante décadas y siglos por el desconocimiento o por el miedo al nativo- indígena como se llamaba al marroquí administrativamente-, lo que transformaba esas desconsideraciones y esos prejuicios en auténtica fobia cuando ese mismo moro/indígena iba a España por el simple hecho de pasearse con su chilaba, turbante u otras vestimentas que formaban su identidad y que, para los españoles, le delataban como “moro” y, por tanto, había que tener cuidado con él. Pero, todo hay que reconocerlo, el autor ha tratado Tetuán según el estado anímico en que podía hallarse a la hora de deletrear sus párrafos ya que se le notaba un desequilibrio en sus adjetivos o calificativos al valorar la ciudad de Tetuán.
Yo no he visto todavía en país alguno, dice el autor, rasgos tan serenos, equilibrados y espirituales como los encontrados en las medinas musulmanas. Y Tetuán era un hermoso muestrario, porque además se advertía cierto rasgo español en aquellos rostros musulmanes, cierta simpatía andaluza, cierta presencia señorial que entre nosotros ya por entonces había dejado de existir… Por encima de cualquier rasgo pintoresco lo que triunfaba era una sensación de quietud, de equilibrio, de desprendimiento. Era, en fin, la paz. La paz que precede a la muerte.
Las mujeres, sus rasgos faciales y su vestimenta le resultaban llamativos al decir que:
Grupos de muchachas, envueltas en sus velos, paseaban cogidas del brazo como otras muchachas andaluzas dejándose admirar por jóvenes tostados y ansiosos.
Los paseos por aquella Plaza de España, aquél Feddán de nuestros amores donde edificábamos nubes de ilusión y espuma para hacer realidad nuestros sueños, que nunca llegaban a materializarse eran para nuestro escritor:
Los “moros”, los “moritos” invadiéndolo todo con sus movimientos nerviosos, haciendo ondular sus chilabas, las borlas negras de sus rojos talbúes. Paseaban por la Plaza de España, se sentaban en los jardines llevando a sus pequeñuelos de la mano, movían los brazos alegremente, reían.
Y dice en otro párrafo de la misma Plaza de España o Feddán:
El colorido de la plaza era inenarrable. Talbúes, turbantes blancos, chilabas variopintas, ojos chispeantes, risas, movimientos nerviosos, chicuelos corriendo entre las mesas y los bancos de los jardines, viejas parlanchinas envueltas en gasas negras o moradas, mendigos, limpiabotas, vendedores de golosinas.
Y dice después:
El talbús rojo y el turbante blanco se movían al compás del paso cadencioso de las muchachas
Pero, la impresión que le causa la ciudad de Tetuán queda plasmada de una manera clara y tajante al reivindicar el ancestro andalucista de la capital del Dersa:
Parecía una ciudad andaluza, pero más auténtica aún. Olía a cacto y palmera, a naranjo, a agua limpia. Era ya de noche cuando entramos en la hermosísima Tetuán, iluminada ya en aquel año de 1951 por poderosas luces fluorescentes. ¡Qué borrachera de luz y de color en medio de la noche estrellada!
La Medina árabe, la morería, con sus encantos y contrastes era para Méndez:
Jardines con palmeras, casas blancas, torres de mezquitas, calles deslumbrantes, y, a través de todo ello, la población indígena.
Una imagen sinóptica y muy de tarjeta postal, común en todos los que llegan por vez primera a una ciudad marroquí para caer inmersos en sus encantos y, consecuentemente, enamorarse de ellos aún sin perder los orígenes y el amor a los encantos de la tierra propia y de la que se procede.
Por lógica no podían faltar ni el té ni el kifi de los testimonios de Rodríguez Méndez, y dice, trasladándonos a imágenes que vivimos en esa edénica plaza y que, da la impresión hoy, que sueños son:
¡ …El aroma del té con hierbabuena que es el olor que te anuncia siempre Marruecos, olor agrio y penetrante, rezumando salud vegetal, que se mezcla al no menos insinuante aroma del Kifi surgido de las miles de pipas largas y estilizadas puestas sobre los labios musulmanes!
Otro tópico al que se refiere Rodríguez Méndez es el de la suciedad tantas veces mencionada en ciertos sectores sociales españoles en las primeras décadas del protectorado:
¿Quién había hablado de suciedad? Aquellas chilabas blancas e impolutas, aquellas otras azul celeste, los talbués reluciendo como la sangre; el olor a hierbabuena y kifi, a verduras. El olor a cal blanca. Hasta la miseria de los mendigos quedaba amortiguada ante tanta pureza de color.
Del libro se pueden destacar varias escenas muy llevadas al cine español al tratar el tema de Marruecos. Puede destacarse el párrafo en que dice:
Junto a las puertas del Alto Comisariado, centinelas negros, vestidos de aparatosas sedas blancas y guarnecidos de alfanjes y espingardas, formaban parte de ese decorado teatral que había visto desde mi infancia, en que los soldados indígenas acaban traicionando al amo blanco…
Para concluir, un testimonio muy expresivo y locuaz respecto a la mofa, falta de respeto a la intimidad de los marroquíes y la risa de las costumbres marroquíes por parte de muchos colonos:
Hay que volver a repetir que el gobierno español no cayó jamás en tales desafueros. Respetó, siguiendo la tradición tolerante de nuestra época musulmana, religión y formas de vida: construyó mezquitas, escuelas coránicas y dio facilidad para todos los cultos… El racismo, ausente a nivel gubernamental, reaparecía en las capas ínfimas de la sociedad. Cualquier legionario, cualquier campesino andaluz, convertido en capataz agrícola, podía considerarse superior al indígena.
Ciertamente y con la mano en el corazón, me he de hacer y rehacer la pregunta de si realmente hubo tanta coexistencia y tanta convivencia como se nos hace creer. Personalmente, confieso haber vivido, en España y en Marruecos muchas de esas separaciones entre “el bueno y el malo”. La última de ellas en la Semana Cultural Española en Tetuán cuando, en la Casa de la Cultura, se abrió la puerta de acceso a las seis y media a los españoles sola y exclusivamente mientras que los marroquíes teníamos que estar en la ventolera de la calle hasta las siete de la tarde haciéndoles el “paseíllo” a los señoriítos. Los periodistas allí presentes, acordamos entrar al acto, salir nada más empezar el mismo y no cubrir periodísticamente ese acto que, al parecer, estaba organizado por el Instituto Cervantes de Tetuán, lo que hicimos como señal de protesta por la xenófoba postura de alguien hacia los marroquíes en ausencia del Director del Instituto que estaba de viaje y por considerarnos espectadores de tercer grado y merecedores sólo del “gallinero”. Desacierto de la inmadurez

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