FEDERICO

Detrás de todas las desilusiones y del frío que se acumula en los pasajes de la propia lucidez y el conocimiento, siempre queda un lugar, aunque sea remoto, para la adolescencia. La propia capacidad de conmoverse con un poema ó el milagro de seguir aferrado a una inquietud social, ó por una fotografía que nos permite seguir siendo adolescente. Irónicos, malditos, pero con un resto de adolescencia, la dosis mínima para seguir con vida.

Federico García Lorca significa la adolescencia perpetua, la enorme capacidad de concederle una dignidad literaria extrema a las nostalgias, a la propia ingenuidad, a los mitos frágiles de la pureza, a esos castillos de arena que rompe el mar y que sólo llegan a salvarse en la perfección deslumbrante de un verso.

Cuando la vanguardia española de los años veinte del pasado siglo se esforzaba por conseguir un pacto con la tradición, una lectura vitalista y modernizadora del pasado, Federico García Lorca vio la oportunidad de escribir la literatura romántica que faltaba en la memoria española. La reflexión profunda sobre la crisis de las promesas modernas, la mirada angustiosa ante una civilización que pierde el norte y se vuelve contra si misma, y muerde el corazón de sus habitantes con los colmillos cargados de veneno.

Los insectos nocturnos, los jinetes soñadores, los amantes malditos, los negros humillados por los rascacielos de Nueva York y los niños perseguidos por el agua de los pozos o por la enfermedad, son los protagonistas de una historia romántica, el deseo que apuesta por la libertad aunque conozca y tenga miedo a las aristas del mundo, a los pueblos irrespirables, a las ciudades fracasadas, ó a los propios salones de estar llenos de odio.

García Lorca, con un precioso vocabulario enriquecido por la juventud y la noche, con una voluntad infatigable de imágenes, con la enorme capacidad de encerrar la tragedia o el amor en una sola palabra, consigue invocar a todos los aventureros, llega a escribir la historia del pecho adolescente en la realidad contemporánea.

Por todo ello y porque las metáforas y los versos forman parte de la vida, de la realidad, cada vez que necesito encontrar un sentimiento puro, cada vez que necesito un escalofrío original, intento volver con mi pensamiento a mi propio pasado adolescente y mezclo la vida con la literatura y leo a Lorca. Es un pañuelo blanco sacado de una chistera hechizada y melancólica. Es algo que no se explica del todo y que cautiva por medios que yo, al menos, no sabría precisar porque hay algo que hace que las palabras estén vivas dejando una estela de inquietud en el corazón: la música y su enigma.

Algeciras a 17 de Agosto de 2011

Patricio González

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