Tetuán, entre el Gorgues y su Dersa.

Tetuán, entre el Gorgues y su Dersa.

Del libro antológico "Réquiem en Tetuán", de Ahmed Mgara. 
Editado por Estrechando, 2014.


Tendida bajo las marchitas rosas de la alborada, la niña de fuego cubre de caricias las cloacas que riegan sus acequias de llanto y de encanto.
La rosa de los vientos torna su blancura en cuna de tormentos, blasfemando sobre el letargo de sus sueños vespertinos.
El azul del cielo le trae de la mar su amargura y la cicatriz de los siglos.
Golondrinas celestiales sobre su rocío vienen y van aún sin traer ni llevar sobre sus alas lo que vienen a buscar.
Sus callejas impresionan como laberintos de hechizos, como serpentines de cardo entremezclados con el rugir de su silencio.

Tetuán, en su pálida desnudez, descansa sobre el le-cho amargo del Dersa, tensa la espalda y acurrucada en el alma. Derrotada sin ser vencida.
El aire que la comprime camina como cabalgan las olas antes del ocaso de su sol, casi sin movimiento y sin traslación. Da la sensación de que el aire que en-torna al Tetuán antiguo se niega a cambiar de lugar y de pasión.
Algunas descarriadas nubes vigilan la escasa calidez que los desparramados árboles aún pueden proporcionar mientras, esas nubes, se preocupan en alcanzar a otras - más fértiles y menos estériles - que no se quisieron acercar a la secadez de la agria tierra que pisotean nuestros pies.
Mi visión se torna hacia el agreste Gorgues, punzan-tes cuñas lo coronan y cansadas creaciones Divinas
en él descansan. Es nuestro escudero, protector y eterno guardián.
No sirvió, ni sirve, su altiva espada para cubrir su espejo del mal de la magia. La maldición, en su osa-día venerada, corroe su carcoma que la edad, sin pie-dad, dejó en él depositada.
No tiene ya mi Gorgues ganas de nada.

Un día cogió su alma y la encerró en el fondo de la Alhama que de Busemlal se fue bajo la tierra y bajo la mar para en Granada anidar.
Cogió, El Gorgues, la chispa de sus ojos y la enterró en el gris que inunda sus pechos rocosos.
Ese gris fogoso que antaño fue grito afilado solo es, ya, llanto tenebroso y lamento andino que del sueño rocoso brota desesperado.
Amanece y atardece a la vez para el envejecido Gorgues.

En su pecho ya no laten más que la hiel y el cristal acuoso que se enjuaga en sus venas con la plata que se le escapó a la luna nocturna.
En el rudo silencio llora Tetuán su soledad y su des-esperanza; llora por sus fuentes, por la sangre derramada y por las entrañas apagadas. Llora su fuego y su lava…y no se ve nada.
Orgullosa muere y cabeza bien alta lleva aún viendo su perdición bien asumida; de la blanca cal de sus callejuelas está tejiendo su propia mortaja, con ella se desenfrena la crueldad del destino que la envuelve y rechaza.
Ayer, de luna y plata tenía el ajuar; hoy, no tiene ni donde reposar su aliento o enjuagar su sino.
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Se niegan a darle morada las montañas y las nubes, los astros y los vientos, los naranjos y los pinos renegaron de ella tres veces antes del amanecer.
Hasta las chumberas de las huertas se negaron a dar-le sombra y cobijo entre sus espinas.
Qué trágico final para una muerte nupcial.
Se nos muere la novia de Yebala y no lo pueden mis dedos remediar.
No quiero contar sus penurias, ni debo, mientras la veo postrada esperando su último sino.
Ángeles de todos lares vienen a disputarse el honor de alzarla por los cielos del Feddán y del Universo.
Se nos muere la princesa sin su collar; se nos va a volandas sobre las perlas oxidadas de su diadema multi secular.
En su despertar, los estancados charcos acrecientan su profundidad para sellar su ser actual. Se cubren de lodo y de esencias de odios prematuros, de tinieblas y de augurios oscuros.
Puede decirse que ésta Tetuán que adoro ya no es como relucía en las ruinas melodiosas de las profanas prosas de los idílicos profetas; ahora no es más que llantos esparcidos sobre las ruinas de los sueños sietemesinos. Su caminar quebrado perdió su norte y su sur, no le queda más sentido que el de su dolor.
No lejos del Tetuán blanco, descansan los afortunados muertos de ahora y de siglos atrás.
No quisieron, ni los tetuaníes de antes ni los de ahora, morar lejos de sus lúcidas calles, y allí están…llevando la amargura de tiempos pasados mezclada con la fertilidad de la tierra y confundida con las cenizas corpóreas.
Aún muertos, los fallecidos de Tetuán siguen allí, escuchando el susurro que los vientos dejan reposar en los oídos del Dersa, descansando junto a alguna higuera de sombras muy diurnas y duraderas.
Los seres queridos allí se reúnen y se confunden.
Nadie distingue los vivos de los muertos, ni siquiera el llanto o las súplicas de unos por los otros.
El cementerio de Tetuán, bendita morada para el despertar tetuaní, lleva aún la blancura morisca en su dermis y el ocre almeriense en sus heridos contornos.
El Gorgues mira y sacia su sed dejando derramarse de su lacrimal una gota de marfil. Con ella purifica su silencio, enterrado en el cementerio de Tetuán, sin compasión.
Alma y pecado se confunden bajo el calor del sol y se funden en el amargor del mismo crisol…están más vivos los muertos tetuaníes que los que coleamos creyendo estar vivos.

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