Mekki Moursia, el astro que aún reluce.
Mekki Moursia, el astro que aún reluce.
Por: Ahmed Mgara
IV / IV
En el Puerto.
Las traineras volvían a su puerto
secular. Los pescadores, cansados y con ganas de atracar, saludaban al maestro
al verlo esperando su llegada.
Sabían que esperaba su llegada para
llevarse frutos de la mar, pescados con
escamas para su hogar.
Cerca de la Escalera del Hassani
visualizaba el amarre de la trainera de madera carcomida a la vez que escuchaba
los cantares de los ángeles de la mar que celebran su vuelta a tierra para
reencontrarse con la mujer de sus sufrires y con los frutos de su dolor.
Cantaban a su suerte. Cantaban melodías
que se gritan en silencio, con dolor y con gran pasión.
Dolores en el aliento, en el alma, con
extensas heridas que confunden la muerte con la esencia de la vida.
Cantaban sus luchas de cada amanecer y de
la oscuridad de cada anochecer.
Soñaban ya, con volver a cantarle a la
vida que le arrancan a la proa de su barco, cada vez que levan ancla y sueltan
las amarras.
Cantaban, alegres, con llanto en sus
lacrimales, llenos de dolor y de miedos, la despedida de cada alborada al
asomarse su sol tras la niebla amarga de la mar.
Y el maestro les preguntó por la mar y por sus iras, por
sus suspiros y por sus oropeles desvanecidos.
Si fueron, las olas, benevolentes con su
barca desnuda en la faena anterior.
Les preguntó por el color de las olas y
por el espejo en que se dibujaron sus redes.
Y se imaginó en medio de esa mar, sin dolor,
como una estela fugaz, con ternura y con pasión, sin sus pinceles y sin su
cincel, sin manos de sus genialidades.
Se imaginó surgiendo de la bravura de sus
olas, empujando la barca hacia altamar para enredar la mejor captura, para
disfrute de su vecindad. Imaginaba el timón de una carcomida barca sobrevolando
las agrestes olas en la inmensidad de su mar.
Y Mekki embarcó con la fe de un peregrino,
desafiando a Neptuno con el tridente de sus pinceles, con el dolor que en sus
entrañas anidaba desde la niñez.
Carencias y cadencias de ilusiones se
dejaban ver en los semblantes de los bravos marineros que a su mar iban a
embarcar. A Dios rogando y al remo dando.
Un eterno yugo bajo cada brazo, sin
ritmos alegres y tan solo sinsabores como ejes en altamar. Así embarcaron los
pescadores, sin más llama que la del dolor y del adiós.
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