KABILEÑO, O EL DERSOU OUZALA DEL MEDIO ATLAS MARROQUI
de Salvador López Becerra

Abdellatif LIMAMI
Universidad de Rabat

Cuando empecé la lectura de esta obra, en una de estas INOLVIDABLES noches malagueñas, en compañía de entrañables amigos, cada uno con sus altibajos, no pude dejar de pensar en mi época de estudiante en la Universidad de Toulouse Le-Mirail en Francia….Fue allí, en el cine club de St. Agne, donde descubrí los grandes del cine mundial, y las obras maestras cinematográficas de todos los tiempos.
Entonces, la lectura de Kabileño, en aquella noche nochera, no cesó de traerme al recuerdo constantemente la película Dersou Ouzala, del director japonés Akira Kurosawa. Había dejado mesa y manjar, para acomodarme al suelo, como un feliz convidado, sobre una alfombrita del medio Atlas, y con la prosa poética de Kabileño.
Volviendo a este paralelismo establecido al principio entre Kabileño y Dersou Ouzala, noto, como notará el lector advertido, que en ambos contextos culturales (tanto el cinematográfico como el escritural), lo que prevalece finalmente es antes de todo, el encuentro entre el humanista intelectual y el humilde y sabio (Amriaz/Salvador por un lado, Dersou y el topógrafo militar por el otro).
Nada ni nadie en aquel entonces podía desprender de mi imaginación aquel sutil, pero cuán significativo paralelismo, que me hizo desembocar incluso en el otro extremo: el idílico encuentro entre la bella y la bestia.
Dersou Ouzala, como queda señalado, es una película del productor japonés Akira Kurosawa, rodeada en 1974, pero que relata acontecimientos que transcurren a principios de la década de los años 20. La historia recoge cómo un topógrafo militar, que exploraba la región de Ossouri en la Taiga, conoció a un viejo y bajito hombre de la zona (Dersou) que, poco a poca, le irá transmitiendo el saber y la grandeza de temas tales como: la transmisión de la herencia y del saber, la muerte, el amor, la naturaleza, la conciencia, …. Y es en esta misma y concreta vertiente que se sitúa Kabileño, de Salvador López Becerra, o el encuentro entre el narrador y Amriaz.
Según José María Camacho, en un artículo publicado recientemente en el periódico español ABC, Kabileño es “un libro de poemas en prosa que versa sobre un campesino ilustrado por la naturaleza y la vida, un gurú original que habita en el corazón del atlas marroquí”[i]. Y según el propio autor, es una historia “que surge de una búsqueda personal” y que “Trata sobre las enseñanzas que recibimos de las personas que menos esperamos, personas corrientes que nos encontramos en nuestra vida cotidiana”[ii].
Los dos testimonios, tanto del articulista como del propio autor, van en la misma dirección, o sea que la sabiduría no es en absoluto monopolio del mundo “accidentalizado”[iii], y que en los lugares más apartados del mundo, podemos encontrar sabiduría, sensatez y profundidad de visión.
Por eso, para el autor, como para nosotros como lectores, esta obra es un soplo de libertad; aquella libertad que se consigue más allá de las tribunas oficiales, sobre todo las religiosas, pero también lejos de cualquier que otra organización, secta, cofradía o liga…. (El autor no vacila aquí en citar la famosa frase de Ghandi “Dios no tiene religión”, para librarse de algunos prejuicios, o para presentar simplemente, y de entrada, una seña o carta de presentación. La libertad, termina afirmando el autor, no es más que un don que “sólo pertenece a aquellos que la ansiaron y fueron en pos de ella hasta alcanzarla.”[iv]
Tratándose de su distribución en cuanto a estructura, Kabileño se presenta bajo forma de estrofas poéticas en prosa de diferente extensión. Es lo que Salvador López Becerra califica con el neologismo “proesía”, es decir “un libro de poesía en prosa, que recoge pequeñas historias o grandes poemas”[v]; “una forma de ser, una forma de estar en la vida[vi]” –sintetizará el autor.
En su presentación general, atraen de entrada la atención del lector dos epígrafes que arrancan de un mismo origen cultural hindú:
1. “El pájaro preso vivía en la jaula y el pájaro libre en el campo. Mas su destino era encontrarse y había llegado la hora” de Rabindranaz Tagore (1861-1941.); poeta, narrador, filósofo, pedagogo, músico y pintor hindú, autor de este lindo verso que nos convida a disfrutar de la vida "Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas";
2. “Aquel que en verdad desea el conocimiento va más allá de las palabras de los libros”, dicho sacado de El Bhagavad Guita; conocido también como El Canto del Señor; uno de los principales episodios de la maravillosa epopeya hindú que se conoce con el nombre de Maha-barata y cuya filosofía encierran las doctrinas hinduistas más importantes. En este sentido, y más allá de la proyección literaria, derivada de la imaginación oriental, lo maravilloso queda esta posibilidad de trascender o ir más allá del velo que cubre las escrituras esotéricas.

Las dos citas quedan fuertemente vinculadas con lo que es la sustancia misma de la obra: el saber está en la sencillez, más allá de la retórica de las palabras; lo que conduce el pájaro en la jaula (Salvador), a juntarse con el pájaro del campo, libre de todas trabas (Amriaz).
En cuanto a las ilustraciones que ornan las páginas de la publicación, son también bastante reveladoras: un esbozo de estructura de un pueblo del Medio Atlas, elementos inherentes a la vida del campo (un árbol, un perro, un caracol, un pozo, niños…), pero también elementos que remiten con facilidad a un mundo geográfico determinado (babuchas, tetera, pipa, kife….). Se trata en realidad de asentar el pensamiento en un espacio virgen (Medio Atlas marroquí), y en un país de grandes y fuertes vínculos amorosos, que se tiene que conocer y abordar en la totalidad de sus dimensiones que no encierran sólo lo trágico: “Marruecos –dirá Salvador López Becerra- no es sólo babuchas y pateras, hay un alto nivel intelectual que la gente desconoce. Además hay muchos tópicos por ambos lados del Estrecho”[vii]
Para terminar con esta carta de presentación de la obra, vale la pena aludir a la dedicatoria, dirigida en primer lugar a los dos hijos del autor (Angel Amín y Salvador Karim ), “en la confianza de que apreciarán el magisterio que se halla en la humildad” (p.7); Y luego, espacio en blanco más abajo a “Mina”…. Conociendo personalmente al autor, y a su familia, no cabe duda para nosotros que se dirige a quién conocimos, mi mujer y yo, de manera muy entrañable, como AMINA: su esposa, hija legítima del medio Atlas.
Amriaz es un personaje nacido en el Douar Ait Jarasfa, provincia de Errachidia, “con domicilio conocido desde 1975 en cavila Mohamed El Hassan, vecina de los Ait Madunma” (p. 11), precisa el narrador. De su retrato físico, que no importa en realidad en este contexto, sólo sobresalen sus “adustas manos” (p.41), y sus “despojadas encías” (p.43). Pero lo más seguro, es que es un personaje sufrido.
Según los mal intencionados rumores, para los alejados del espíritu (“que suelen ser los más adheridos a los templos” (p.13)) así como para la empobrecida mente juzgadora, la incógnita historia de Amriaz no puede ser más que el resultado de una fechoría (“llegó a esta kabila –dicen- huyendo de alguna fechoría realizada en la suya” (p.13); cuando en realidad, y según confesó al narrador, el motivo no era ni más ni menos que “un roto en el corazón, un mal amor de hembra, un pretérito imperfecto, una leyenda imposible “ (p.13).
Más que el aspecto físico, lo que prevalece del personaje es finalmente su retrato moral: una suma de cualidades, principios y comportamientos que son cada vez más escasos. Si el personaje parece sencillo y humilde, es, sin embargo, dirá el narrador, “el hombre más rico que conozco: cada gesto suyo hacia quienes le circundan es un diamante, una extraordinaria enseñanza ofrecida y que él siquiera insinúa ha de pagársele” (p.11); una persona que “no tiene dudas de la ecuanimidad del creador”, y “habitada por un espíritu bueno” (véase p.16).
En su silencio reflexivo, el personaje parece captar lo más fugaz, invisible y silencioso, carcajeándose sin juzgar de las actitudes de los hipócritas; pero ni siquiera es capaz de “herir los alimentos que ingiere” (p.25):
“parece –dirá el narrador- que busca la estela fugaz de algo invisible, una sombra silenciosa que ha vislumbrado” (p.15).
A nivel religioso, y más allá de todo dogmatismo, el personaje queda definido como un minero, “deshabituado a los rituales” cuyo templo es pura y simplemente “su corazón” (p.16). Nada –dirá el narrador, refiriéndose a las distancias que separan el personaje de toda utilización dogmática o utilitaria de la religión, “tiene de dudoso su pacífico comportamiento, ni semejanza alguna con los barbudos autoritarios, ni por ficción, con los kamikazes de la religión de sus predecesores” (pp. 16-17)
Hijo legítimo de “la soledad purificante del campo” ( p.35), el personaje parece así como una entidad atemporal, es decir un ser que se inscribe fuera del tiempo social que nos condiciona y que medimos con nuestros aparatos, y que, de tanto roernos, se no convierte en tiempo psicológico, de angustias y soledades:
“nada solicita del pasado, ni toma en cuenta esa ilusión apodada futuro: un metafísico, un sabio natural, uno de los que de forma originaria, kármica, comprendió, sin necesidad de estudios ni espirituales retiros, que los gentilicios de la Vida son: “aquí” y “ahora”, única eternidad” (p.19)
“¿Qué es el tiempo sino una invención del hombre? A los pies del Creador Todo es Siendo. Ahora estás aquí, mañana allá. Y “Aquí” y “Allá” son simples palabras, pues lo único que existe es lo que imaginar puedas” (p.33)
Amriaz se le presenta al autor entonces como este ser angelical, de “inmenso Ser Interior” (p.19), cuya purificación vislumbra, y del cual saca una cálida enseñanza (véase respectivamente pp. 24 y 29). Una de estas cálidas enseñanzas, siendo el respeto por la vida:
“Sí, aprecio el respeto que por la vida posee Amriaz, a quien nunca vi matar alimaña alguna; ni concebir prejuicio a nadie; ni tan siquiera hacerle daño al daño” (p. 21).
Más que un ideal, el personaje se transforma en un espejo que funciona doblemente:
como una conciencia que despierta el autor de sus incertidumbres para dejar de mirar con “los ojos del cuerpo” y prestar atención tan sólo a “las falsedades de los espejismos” (p. 24);
y como explosor de una clara conciencia que le hace diferenciar a uno la auténtica belleza de la superficial cosmética:
“la roña externa, la patria de la piel de los forzados ascetas y ermitaños, de los huérfanos de la tierra, mucho más limpia, a mi parecer, que los corazones de quienes la critican” (p. 24)
Ante mí, dirá el autor en un intento sintético de resumir y expresar la grandeza del personaje, “tengo a un humilde discípulo de Krisna, del Nazareno, de Mahoma, de Rumi, de Ibn Arabi…” (p.31).
El personaje es sin lugar a dudas humilde, pero capaz de protagonizar un profundo discurso sobre la vida “perra” del urbano, a imagen de la vida “Accidentalizada” de Mesoud, un joven cuya educación universitaria e inmersión en el nuevo mundo civilizado de la tecnología (parabólica, Internet, chat…) (véase p. 26), aparece como un ser desorientado:
“Como soy pobre tú eres pobre –le dice Amriaz a “Budda”- pero como soy libre tú eres libre. En cambio si fueras acomodado –porque fueres de ciudad y de amo hacendado o creso- yo me apiadaría de ti por llevar una vida bien nutrida pero perra: sin genuina libertad, sin mis caricias, sin mi compañía ni la del reflejo de los brillos nocturnos en el arroyo” (p.39).
Al término de la lectura de esta reflexión poético-filosófica, y al igual que la película Dersou Ouzala de Akira Kurosawa, nos damos cuenta que el autor nos convida a apreciar y disfrutar plenamente nuestra autenticidad que yace donde uno menos espera: la humildad, la simplicidad, la paz interior y la acertada simbiosis con el mundo de la naturaleza.
“Sí, que en el humilde contento y en el colmado vacío del instante presente, mora la felicidad” (p.29)
[1] Salvador López Becerra, Kabileño; Centro Cultural de la Generación del 27; Maneras de vivir, 15, Málaga, 2005, 50 p. (Todas las referencias entre paréntesis corresponden a esta misma edición)
[1] “Salvador López Becerra, escritor y poeta presenta “Kalibeño (sic); ABC, 30 de noviembre de 2005, España
[1] Ibid
[1] Una errata “regalada” por los responsables de la imprenta (originalmente, era “occientalizado), y que el autor ha conservado por expresar lo que realmente “el personaje quiso decir” (p.49)
[1] Ibid.
[1] Ibid
[1] El mundo, 13 de diciembre de 2005, España
[1] Ibid.
[i] “Salvador López Becerra, escritor y poeta presenta “Kalibeño (sic); ABC, 30 de noviembre de 2005, España
[ii] Ibid
[iii] Una errata “regalada” por los responsables de la imprenta (originalmente, era “occientalizado), y que el autor ha conservado por expresar lo que realmente “el personaje quiso decir” (p.49)
[iv] Ibid.
[v] Ibid
[vi] El mundo, 13 de diciembre de 2005, España
[vii] Ibid.


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