TRINA MERCADER, siempre en el recuerdo.

Trinidad Sánchez Mercader nació en Torrevieja, provincia de Alicante, en 1919 y, a sus 21 años, tras la guerra incivil española, se trasladó con su madre a la ciudad de Larache con la finalidad de alcanzar su sueño de ser periodista y escritora con plenitud de libertades.
En la ciudad norteña y atlántica consiguió un puesto administrativo en la Junta Municipal, el cual conservó al trasladarse a Tetuán, pero en el Municipio de la capital del Dersa.
Indagar en la vida personal de Trina y sacar datos concretos es de máxima dificultad. Muchos enigmas y muchas interrogantes hacen de nuestra homenajeada una persona desconocida en su vida personal pese a ser, siempre, una persona jovial mientras está con gente alrededor, pese a haber sido una de las mujeres más representativas en la intelectualidad durante el Protectorado.
Fue en Larache donde publicó sus primeros poemas, usando el pseudónimo de “Tímida”. También publicaría, una vez ya en Tetuán y en 1944, “Pequeños poemas” un poemario firmado con ese Pseudónimo.
Su carácter sencillo y sus buenos modales hicieron de ella una persona muy querida y amada tanto en el trabajo como por quienes se movían en su entorno. Muchos admiraban su faceta de estar leyendo y aprendiendo cosas como buena autodidacta que era en las facetas de su vida.
Jacinto López Gorgé y Cesáreo Rodríguez Aguilera la han estado apoyando en todo su deambular intelectual, lo que creó entre Trina y esos dos intelectuales una amistad eterna. Recuerdo cómo me halaba de ella la misma mujer de Jacinto, la famosa Pepita, mientras describía su sencillez y su delicadeza. Me decía Pepita, durante el homenaje que le brindamos a Jacinto López Gorgé en el Ier Encuentro, que muchas veces equiparaba la amistad con la que tenían Trina y Jacinto con una relación sublime y llena de espiritualidad.
Dos amores marcaron la vida de Trina durante su paso por Maruecos (1940-1956). El que mantuvo con un militar español del que tan solo poseo el nombre, Antonio, y de Driss Diouri, compañero de trabajo e intelectual que ya publicaba en publicaciones de Tánger, principalmente. De ello escribió extensamente nuestro amigo Fernando de Agreda Burillo, gran seguidor de la trayectoria de esos dos intelectuales españoles que fueron marroquíes de adopción como lo fueron Trina y Jacinto.

En 1947, Trina crea en Larache la revista “Al-Motamid, versos y prosa” que publicó y dirigió durante nueve años, hasta 1956, llegando a publicar treinta y tres números, y que está considerada como la impulsora más firme de lo que se llamó literatura marroquí expresada en español o, simplemente, hispanismo marroquí, llegando a publicar en paralelo una colección de poesía a la que denominó “Itimad”. Y fue en esa colección cuando:
En 1954, con Mohammad Sebbag, autor, y la misma Trina Mercader, publican “El árbol de fuego”, Tetuán, Al-Motamid, colección (Itimad, 1).
 En 1956, publicó su segundo poemario “Tiempo a salvo”. Al-Motamid, Colección (Itimad; 3).
En 1960, Trina Mercader participa en una antología editada por Sierra Nevada: antología poética, Granada, Imprenta Guevara.
Trina tuvo que esperar hasta 1971 para publicar otro poemario, “Sonetos ascéticos”, acompañado por textos previos de  Federico García de Pruneda y Antonio Carvajal y la edición fue de Saturno (El Bardo), Barcelona

La de Trina fue una aventura que constituía una lucha constante contra todas las adversidades, que no eran pocas, con las que se iba encontrando. Trina desafío todas las trabas rebelándose ante la magnitud de sus alcances para conseguir su revista, la que, en su momento, no parecía tener gran alcance y que acabó siendo un punto de referencia a nivel de la poesía tanto en España como en Marruecos. Trina fue algo “Quijote”, como se suele decir, para conseguir su proyecto; fue, también, “la robinsoniana poetisa alicantina”, como la llegó a llamar Jacinto López Gorgé.
En el número 26 de Al-Motamid, Trina publicó una carta poética de Vicente Alexandre que este le envió tras su famosa visita a Tetuán, bajo el nombre de “Carta marroquí” y que don Vicente incluiría en sus “Obras Completas”

Trina solía decir que:
« Mi primer nacimiento en Alicante. El segundo, en Larache (Marruecos).
Y el hecho de vivir tantos años en Larache fue para ella tan vital que afirmó en una especie de autobiografía que: “Mi biografía debería titularse “historia de una revista”. Porque una revista –Al-Motamid- es la que centra y orienta mi vida en Marruecos.

Para Trina, esa época significaba un descubrimiento de valores y de sentimientos, tanto por parte de intelectuales españoles como por jóvenes y prometedores creadores marroquíes que iniciaron sus trayectorias en nuevos proyectos como los de Jacinto López Gorgé, en Melilla y después en Tetuán, como el de la propia Trina, desde Larache:

Si en el desierto, agua significa vida –en Marruecos, país de convivencias mixtas- “-Al-Motamid” significa proximidad, unión fortaleza y encauce de su vida literaria en sus dos vertientes, la marroquí y la española. Por ello nació bilingüe –marzo 1947- en Larache, creando sobre la marcha sus primeros caminos, cuando cualquier gesto podía llamarse corazón y los encuentros hallazgos.

Con esos “encuentros poéticos” apareció una nueva ola de creaciones literarias y de sus traducciones como producto de contactos con poetas y escritores afamados tanto en España y Marruecos, en primer lugar, como de Oriente Medio y de Suramérica, posteriormente… pero los puntos de encuentro eran, casi siempre, en las obras de Jacinto y de Trina. Puede decirse, sin margen de error, que nuestros dos personajes fueron de los que más hicieron por consolidar la fraternidad entre intelectuales y ciudadanos de nuestros dos países durante las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado.
Trina Mercader, al independizarse nuestro país, eligió la ciudad de Granada para vivir por la sencilla razón de que “se parecía a Tetuán”, decía la misma Trina.
Trina vivía en una soledad muy peculiar, según me afirmaron personas que la conocieron de cerca tanto en su época de Larache como durante su estancia en Tetuán. Esto hizo posible que tuviese más tiempo para escribir y enviar cartas a escritores y poetas de diferentes tendencias y de dispares países para que colaborasen en su revista.
Se puede escoger el poema “Mayo de los amantes” como uno de los más representativos de la sensualidad expresiva de Trina.

Mayo de los amantes

Mayo de los amantes,
madurador de labios, nuevo fruto,
cómo rebosa el agua de mis ojos en sombra
por donde las estrellas calan en lo profundo.
Mi voz está volcando
su cesto de manzanas en júbilo.
Tacto de la caricia,
mira cómo renace la yerba de mis dedos.
y este ritmo en desorden que el corazón ordena
pone en fuga las aves del desnudo en que bebo
agua ciega del beso: verbo mudo.
Mayo de los amantes,
enamoradamente te descubro

La revista “Turia”, de Teruel,  publicó un relato en el que Trina describía una calle de Larache, no sin una deliciosa y melodiosa literatura. El relato se llamaba:

UNA CALLE DEL BARRIO MORO DE LARACHE

 Penetrar por una calle de Marruecos es abrir el libro de lo maravilloso. La luz vendrá, atravesando bóvedas, a nuestro encuentro. Porque hay que perderse, sin prisas, por el pequeño laberinto luminoso.

.El barrio moro de Larache es ese laberinto de luces y sombras por donde me pierdo. Hay que aceptar la cuesta, y el guijarro resbaladizo, y la escalinata desigual y el rincón lóbrego y maloliente. Porque todo forma parte de esta escenografía ya en desuso en nuestro mundo civilizado, que nos engulle y atropella. Aquí, por el contrario, todo está a la mano, todo tiene una altura que no sobrepasa nuestra humanidad.

 La misma estrechez de la calle es agradable a nuestra estatura. Es como andar por el interior de una casa grande, familiar. La voz del mendigo ciego nos acompaña desde todos los ángulos, resonando. La salmodia del almuédano, desde su torre, es una impresión nueva a nuestros oídos. La novedad, la sorpresa nos va acompañando. Los ojos se acostumbran a la luz y a la sombra, simultáneas. La cal de las paredes tiene sólo la estridencia de la luz, el propio reflejo trascendido. Mi paso se hace lento, obligadamente parsimonioso. Aquí la prisa lo rompería todo. 

Una mujer atraviesa la calle. El sol estalla en el blanco jaique y casi la transparenta. Los pliegues del manto retienen la sombra precisa, dándoles profundidad. Es un manto que tiene mucho de griego, en su cascada de pliegues a la espalda. De él emergen unos pies calzados de babuchas, blancas también, a ras del manto. Arriba, unos ojos negros, a veces verdes, en lo alto del “letam”, del velo. Acaso la tersura de una mejilla no vista, adivinada. El paso siempre es lento, comedido, remontando sin prisa la ascensión. La calle, las paredes de las casas son el marco de esa figura única, el único detalle vivo que aprisionan. La más leve esquina, una línea blanca entre lo blanco la oculta, desaparece. La calle, ahora, queda estática, más quieta que nunca, como en reposo.

Alguna puerta se entreabre. Un bisbiseo apenas perceptible, comenta en árabe: Es una nazarena. Y la puerta se cierra blandamente, sin ruido, como la voz de las mujeres en el interior de la vivienda, o como sus pasos de pie descalzo sobre la cal de las azoteas.

En el recuadro blanco de otra azotea, una mujer se asoma:

-Buenos días, dice. Y sonríe.

 Es una mujer que quiere conversación. Es la clásica mujer de siempre, atenta a cualquier posibilidad de charla. La voz del ciego insiste, se alza o se pierde, para regresar una vez más, llenando las callejuelas con su eco. De pronto tropiezo con él, a bocajarro, en una esquina. Con su cayado tantea los pequeños peldaños. Me hago a un lado y le dejo pasar, mientras inicia una vez más su petición de ayuda.

Toda la calle asciende con mi propia ascensión. Su soberbia sube o baja su propio desnivel. Los edificios son enjutos, sobrios, de pequeñas ventanas altas que coronan las desiguales alturas. No hay tejados; sólo una terminación brusca del blanco, cortando en cubos una arquitectura sin complicaciones.

A mi lado pasan los jaiques, las severas chilabas, destacando en lo blanco el amarillo  limón de las babuchas. Los seres van como envueltos en su blancura. La calma de sus ademanes convierte cada calle en un claustro de mínimas proporciones. Claustro o celda para un pueblo religioso, en el que el silencio tiene una dimensión casi mística.




Hace casi 28 años, el 18 de abril de 1984, Trinidad Sánchez Mercader fallece en Granada, dejando un gran bagaje de documentos, manuscritos y de correspondencias carteriles de casi cuarenta años, así como una nutrida colección de publicaciones y ediciones de revistas especializadas en literatura. Todo ello quedó en propiedad, siguiendo su testamento, de quienes cuidaron de ella en sus años viviendo en Granada.

En marzo del 2003, Los Institutos Cervantes de Tetuán y Casablanca rindieron homenaje a la memoria de Trina, rememorando, también, la gran obra suya que es Al-Motamid.
Nosotros, poetas, periodistas, escritores, intelectuales de ambas orillas, le dimos a nuestra III bienal “Encuentro Hispano Marroquí de Poesíade” del 2013 su excelso nombre a la singular Trina Mercader, al igual que homenajeamos en el primer Encuentro a Jacinto López Gorgé (tan alicantino como Trina), compañero de lucha en Marruecos y en Granada durante muchas décadas. Trina quiso y pudo fusionar los sentimientos y las sensualidades de los intelectuales de España y de Marruecos en un abrazo fraterno al que llamó Al- Motamid. Trina supo amar a las ciudades marroquíes donde vivió igual que amaba a su Alicante y a Granada ciudad que acoge sus restos mortuorios.
No podemos ser más que fieles a su alma y recordar a la generación actual que hubo, durante el Protectorado Español en Marruecos, gentes de grandes valores que han sabido inculcar y sembrar esos valores a través de la intelectualidad.
Trina llegó a Larache en 1940 y se fue de Tetuán en 1956, pero nunca olvidó la tierra que la acogió, ni los que somos hijos de estas latitudes la hemos podido olvidar.

Descanse en paz el alma de Trina Sánchez Mercader.

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