Ahmed Mgara en conferencia en el "Ateneo de Madrid"
Conferencia pronunciada por Ahmed Mgara
en el Ateneo
de Madrid el sábado 30 de enero de 2016.
Desde siempre, el ser humano deambula por las páginas de la historia
registrando alternancias en su esencia;
haciéndose artífice de lo que, con posterioridad, se denominaría “historia”,
ciencia oral e inexacta, creada por el ser humano para vanagloriarse de sus
propios logros y de los de sus caudillos o líderes patriarcales. Falseando, así,
realidades y hechos vitales de maneras nada claras.
El ser humano no se cansa de innovar el mundo según se le antoja o se
le percibe, rompiendo moldes arraigados en los tiempos y establecidos con
beneplácitos de generaciones anteriores, creando normas novedosas e, incluso,
repelentes a lo establecido en una sociedad, pero siempre con afanes de
protagonismos o de logros materiales o honoríficos.
Las normas, los usos y las costumbres, ya sean de carácter mundano o
religioso, carecen de importancia cuando hay posibles logros o consecuciones
materiales y económicas en juego, dejando lo que se denomina “valores humanos”
a los que suponen una mayoría silenciada en cualquier sociedad. La moral y la
espiritualidad se fueron relegando a planos secundarios y carentes de presencia
en la vida cotidiana, dejando lugar a la omnipotencia y a la deshumanización
absoluta del quehacer diario. Aquí se explica el porqué el ser humano puede ser
“cuerpo” solo, o cuerpo y alma, en paralelo. El cuerpo solo no piensa, no
cataloga, pero un cuerpo con alma sí que relaciona las cosas y los hechos,
puede mitificar y catalogar lo mundano y lo que no lo es… y obrar en
consecuencias, o no, pero sabiendo que hace bien o hace mal.
Muchas veces, por estos desbarajustes y desajustes en los
comportamientos, el ser humano se deshumaniza, deja de ser persona al no poseer
la sensibilidad y la sensualidad que debe poseer la persona como ser humano.
Los humanos piensan, juzgan, catalogan, perciben el contorno, aspiran,
se afanan en sus comportamientos…todo ello como parte integrante de la
naturaleza y sin desprendimiento de su condición de ser “un ser más” dentro del
enjambre de razas animales que se crearon en el mundo terrenal.
El ser humano pretende hacer de la tierra, su hábitat natural, una
especie de sombra del paraíso anhelado para el más allá de la vida terrenal.
Sueña con hacer de su entorno un vergel para disfrutar y vivir ante los temores
que la naturaleza ofrece con sus cambios. Sabe, el ser humano, que la ausencia
de respuestas claras a sus interrogantes sobre la naturaleza hace que viva,
siempre, con ilusiones y esperanzas de que no sufra ni las iras ni las
agridulces inclemencias de la naturaleza. La vida y la muerte son la principal
preocupación del ser humano, por lo que no cesa de buscar refugios
mundanalmente aceptados, para protegerse de esas incógnitas que lo esperan para
después de pasar a lo que denomina “mejor vida”
La evolución del ser humano no siempre es productiva positivamente.
Muchas veces resulta ser catastrófica como lo pueden ser el invento comercial
de las armas y su comercialización así como el uso de las drogas como medio de
enriquecimiento y de obtención de lucros a costa de la paz y de la salud de
otros seres humanos. Toda la raza humana se afana en fabricar, comprar y vender
armas para asegurarse una fortaleza que le pueda dar fuerza de superioridad y de
poderío. Y, si ello fuera preciso, deshacerse del prójimo en la contienda para
obtener esa superioridad en fuerza y riquezas mundanas. La difusión de las
diferentes drogas en diferentes etapas de la historia humana y en diferentes
zonas del globo terráqueo- con fines de acallar, más aún, a los sin voz- ha
supuesto, siempre, un paralelismo con el retroceso social y mental de muchos
pueblos del mundo.
Se dice, según varios relatos, teorías y axiomas, que el ser humano proviene
en sus orígenes de la tierra y del barro; también se dice que proviene, según
otras versiones, de una malformación en los simios, dándose lugar a la forma y
estatus actuales del físico en el ser humano. Aún así, el factor
climatológico de la tierra de origen,
las inclemencias de la naturaleza y del entorno, fueron quienes dieron lugar a una diversidad física y estética
entre seres humanos de diferentes latitudes, influyendo en el color de su piel,
la fisonomía de su cuerpo, la deformación de su cráneo, los rasgos faciales, la
voz…y otros distintivos que crearon subdivisiones que distinguen a unos seres
humanos de otros como razas distintas… provocando otros males de los que
siempre hicieron sucumbir la convivencia entre esas diferentes subdivisiones de
la raza humana, entiéndanse como tribalismo, racismo, nacionalismo…etc
Los idiomas, como medios de comunicación entre
los integrantes del ser humano, fueron desarrollándose al igual que las
banderas y las atalayas. Cada idioma se instauró para dar peso a los pueblos
que lo hablan. Tradición que sobrevive hasta nuestros días, catalogando la
importancia de cada idioma según los millones de ciudadanos del mundo que perfeccionan
y dominan ese medio de entendimiento. Lógicamente, influyen en ello, también,
las fronteras que delimitan un país de otros para ahondar más en la importancia
del idioma.
El ser humano pasa de poseer minifundios a
tener vasallos y castillos. Después se crearon Condados y Principados que
dieron lugar, en la modernidad, a la creación de países y civilizaciones peculiares
que destacaron por la modernidad de sus conocimientos y por la extensión de sus
ciencias y artes, enmarcados en esos nuevos Estados y uniendo los potenciales
locales en los centrales. No en vano, el exceso de esa “gloria” dio en la
modernidad más próxima, el deseo expreso de los ciudadanos de esos Estados de
fragmentar la falsedad de esa unión artificial que, décadas antes, había dado
lugar a la creación de países con banderas y fronteras que se tenían que
respetar. Esa unión fue debida a las consecuencias de las guerras universales.
Desgraciadamente, el ser humano está
fragmentado muchos países, animando el separatismo y la unidad –fuera de la
nulidad de su nacionalismo regional que engloba el sistema nacional-. Tal vez,
por la insatisfacción popular de los ciudadanos de esas conglomeraciones con
identidades y etnias muy similares, pero diferentes, al sentirse explotados y
manipulados por otros seres humanos, diferentes a ellos, entiéndase como
colonialismo o usurpación de los bienes ajenos.
Como contrapartida de lo antes mencionado,
hallamos el afán de expansión de muchos pueblos- posteriormente naciones- en
tierras de pueblos vecinos. Usurparles sus bienes y someter a sus ciudadanos a
servirles incondicionalmente. Hacerse grande a costa de los pueblos vecinos. Y
es de esas actitudes e invasiones de donde nacieron las grandes civilizaciones
que actualmente hallamos en las referencias históricas. Civilizaciones con
fuerza militar pero con grandes sabios que le dejaron a nuestro mundo actual
grandes conocimientos que nos están sirviendo para nuevos inventos, capaces de
permitir al ser humano una vida más próspera a muchos niveles y,
consecuentemente, grandes dividendos económicos, además de un prestigio entre
los pueblos menos favorecidos a nivel científico, industrial y económico.
El ser humano se considera a sí mismo como el
eje sobre el cual jira la existencia. No hay más egocentrismo entre los seres
de la Creación como el del ser humano. Se considera superior a todos los seres
en todos los aspectos, sin tener en cuenta a esos otros seres que, comúnmente,
denominamos “animales, insectos, aves, peces…” y que, sin duda alguna, poseen
su manera de pensar y de conceptuar la organización de su vida. Todos hemos
visto bandadas de aves sobrevolar el cielo en una dirección unificada, a los
felinos de la selva organizar sus manadas, a las hormigas y a las abejas
trabajando, todas y sin exclusión, pese a tener una reina que se encarga de
velar por el buen funcionamiento del grupo. Todo tan bien y magistralmente ordenado
que pensamos que “lo hacen igual o mejor que el ser humano”, pero yo me
pregunto: ¿No será que fue el ser humano quién fue aprendiendo de los demás
animales las normas y conductas de vida más idóneas?
Es cierto que el reino animal no posee
tecnologías conocidas por el ser humano, ni una maquinaria o electrodomésticos,
no tiene industria y no necesita fuentes de energía artificial para desarrollar
esa maquinaria y esos aparatos tan necesarios para el ser humano, pero vive y
mantiene sano su contorno y el medio ambiente. Esto último, sin olvidar el
mundo marino y el mundo vegetal, dos fuentes de vida para el ser humano pese a
que no nos queremos dar cuenta de que estamos matando esos dos reinos naturales
con los excesos de nuestros desperdicios y con las inclemencias desorganizadas de
caza y pesca, siempre desmesuradas, y que están llevando a la extinción gran
parte de las razas animales que adornan nuestro planeta.
El ser humano, cada vez tala más árboles que
no se llegan a recuperar ni por plantaciones nuevas ni por su riqueza y
elegancia dentro de su entorno.
Tampoco respeta, el ser humano, los espacios
donde las plantas anidaron durante mileños, posando e implantando en sus veredas torres y
edificaciones de tierra molida y metales férreos que se levantan en las alturas
como señal de un omnipotente desarrollo quijotesco, sustituyendo el verdor y el
esplendor de la naturaleza por el gris de las edificaciones y por gigantes de
cementos o piedras: antes escarbábamos grutas en las montañas para obtener
moradas, ahora edificamos y asfaltamos carreteras deshaciéndonos de terrenos de
cultivo y privando a las aves y a los animales de sus hábitats seculares, para
imprimir a nuestras señas de identidad nuevos distintivos de valía. Para el ser
humano, todo tiene un precio, todo se compra y todo se vende… las finalidades
lo justifican todo aunque no haya ninguna convicción por medio. Algún día, el
ser humano tendrá que humanizarse para incorporarse a los ciclos naturales de
la vida misma aunque, lo más probable es que llegue tarde a esa convicción que,
en los momentos actuales, prefiere no tener en cuenta.
El ser humano se deshace y se olvida de sus
propios valores de raigambre y adopta nuevas sensaciones y nuevas emociones
para instaurar nuevos distintivos de su propia grandeza, ya sea individual o de
grupo, a costa de esos propios valores que le dieron la emancipación en
referencia con otros seres humanos. Crea imperios que, a la larga, acaban
sucumbiendo a los rigores del destino u a otros imperios innovadores que se van
incrustando en la historia interminable de la humanidad.
Tal vez sea, el ser humano, la única raza del
planeta que padezca tanta vulnerabilidad a sus propios males engendrados por la
misma raza. Un ser humano puede pasar de ser yunque a ser escarcha, de ser
dueño y señor de su entorno, a no poseer nada y ser esclavo de sus esclavos.
Siempre se anima la aparición de nuevos
estrategas que sean capaces de evolucionar-hacia lo mejor- la tierra potestad
en cualquiera de los terrenos que le puedan dar superioridad y notoriedad en
comparación con otros pueblos o estados. Todos los seres humanos se afanan en
destacar en referencia con los demás, aún pudiendo impulsar a los cambios
bruscos en la historia, como pueden ser las guerras o las revoluciones.
¿Quiénes fueron los que idearon las maravillas
del mundo? ¿A caso, fueron los estadistas de esas épocas quienes las
construyeron? ¿O fueron los ciudadanos oprimidos y ultrajados durante esas
construcciones sus autores?
La historia, tan solo nos menciona que fue el
ser humano de un país o de otro quien construyó esas edificaciones o parajes
naturales… es cuestión de un pueblo entero y no de un estadista concreto.
Se vanagloria, el ser humano, de viajar al
espacio, de haber llegado a la luna, pero se extraña al pensar que otros seres
de otros planetas o galaxias hayan hecho, ellos también, viajes a la tierra. El
ser humano no solo se cree superior a los demás seres de la creación, sino que
se cree el más perfecto y que es el único capaz y cualificado para realizar
hazañas como las suyas, dominar el mundo y destruir de él lo que le venga en
gana.
Se cree, el ser humano, superior cuando
inventa o descubre antes que los demás, y busca con más ímpetu el
reconocimiento y el aplauso que el mismo disfrute de su hazaña. Busca los
aplausos y el óxido mugriento de las medallas antes de pensar en que el futuro
se labra desde el presente y que éste, el presente, casi nunca existe.
El ser humano se embriaga con el éxito,
idolatra el reconocimiento y el aprecio del otro ser humano… y se sumerge en la
nada del narcisismo al creer haber conseguido la perfección en algún terreno concreto. Claro
que, al darse cuenta de su error, se da cuenta, también, de que lo hizo
demasiado tarde y que el arreglo o ajuste de la situación le resultaría muy
poco probable.
El ser humano se maquilla para ocultar lo que
cree que representa sus debilidades o puntos desfavorables, se afana en
ejercitar su mente para hallar la manera más fácil y eficiente para tapar lo
que considera como señas no deseables en su físico o carácter hacia los demás,
no se conforma con lo que la naturaleza le dio y busca poseer identidades
destacables en otros seres humanos más favorecidos- según él- por la naturaleza
o por las fuerzas superiores que rigen los destinos de la Creación. Muchos
humanos, no solamente mujeres, se dirigieron a sus espejos con preguntas que ni
la magia de esos espejos era capaz de contestar con certeza, y acabaron, esos
espejos, rotos y destrozados por quienes comprobaron que no podían ser
diferentes a cómo eran en realidad.
El ser humano se divide, a su vez, en dos
géneros. El masculino y el femenino, macho y hembra. Cada género poseyó, según
las épocas y las civilizaciones, diferentes misiones, obligaciones y deberes,
pero, casi nunca tuvieron similitudes. No por ello deja de buscar su propia
identidad al no aceptarse como en realidad es. Quiere alcanzar más logros y
sentirse superior a quienes le rodean, ser un ejemplo para los demás y ser el
centro de atención de todos. Sentirse alzado por los de su contorno aún
sabiendo de sus debilidades y limitaciones, que intenta tapar para no ser
descubierto por los demás.
Y, al buscar esa identidad, siempre recurre,
el ser humano, a la tierra que le vio nacer y donde vio por primera vez la luz
de la vida. Lo que llamamos patria chica y que nos acompaña en los papiros y
documentos que destapan quienes somos por doquier. Aquí mismo, en ésta
ubicación, estamos, varios humanos, que pensamos en nuestros orígenes. Unos
pensamos en nuestros ascendentes moriscos que tuvieron que dejar su vergel para
ir a tierras extrañas y otros piensan en ese norte de Africa donde vieron la
luz y se dejaron crecer sin haber pensado, nunca, en que se iban a ir de esas
tierras que aún conservan sus raíces intactas aún dando, ellos, sus frutos en
ésta península del humanismo mediterráneo. Me consta que algunos de ustedes
están aquí acompañándonos por haber aquí algo de “Tetuán”, un ser humano de
Tetuán que, al igual que los árboles, los de Tetuán podemos perder las hojas,
pero nunca… nunca perderemos las raíces.
En cierta manera, y en otro ámbito, la
hipocresía nace dentro de estos contextos que reflejan complejos que se vierten
en los demás en vez de corregirse dentro de su ser. Esa identidad falsa, cuando
se repite en mucha gente dentro de una misma comunidad humana, nos augura que
el ser humano de esa comunidad “padece” de muchos males que acaban acarreando
problemas y debacles innecesarios.
Pero, aún hallándose en el zénit de la
felicidad, el ser humano, desde siempre, ha tenido el mismo enemigo. Un enemigo
al que teme, respeta y del que procura
evadirse pese a saber que no se puede esquivar cuando llega el momento del
enfrentamiento final. Un enemigo al que ningún ser humano consiguió vencer en
el coso de la existencia. Ninguna precaución sirvió de escudo, ni los muros de
los aceros más sólidos fueron capaces de frenar a ese enemigo temido por toda
la raza humana desde sus albores hasta nuestros días. Un enemigo llamado
“muerte”.
En contrapartida, el ser humano busca,
mientras vive, medios y maneras para disfrutar de su paso por el mundo de los
candidatos a “muertos”. Sabe de la eminencia de la muerte y que puede ser
llamado a sus portales en el momento menos esperado… y procura ser feliz y
disfrutar, bien o malamente, pero busca todo tipo de regocijos para deleitarse.
La música y la poesía forman parte de un
repertorio que da paso a la felicidad y a la paz interior al desviar al ser
humano de su quebrado vivir cotidiano hacia el regocijo e incluso al ejercicio
corporal. Así, el ser humano creó fiestas y celebraciones tanto personales como
de grupos o de masas muy extensas donde se reúnen muchos miles de humanos para
deleitarse escuchando música y dándole rienda suelta al cuerpo para expresarse
en bailes y movimientos en los que se descargan fuerzas sobrantes y en los que
se consigue una paz interior, física y mental, tras esos trances que duran
desde los preludios hasta la rendición final de las fuerzas.
Sociólogos, antropólogos e historiadores
trataron el tema del ser humano desde amplias perspectivas pero, siempre,
dejando abiertas las posibilidades de otras afirmaciones distantes de las tesis que ellos destacaron
en sus monografías. La evolución del ser humano es infranqueable por ser, el
ser humano, evolutivo y nada estable en sus comportamientos. Deja que su
imaginación sobrevuele su existir y se deja llevar por las intuiciones sin
prever las consecuencias. Vaga por el mundo, en solitario o en sociedad, sin
amarras, sin nada preestablecido que pueda considerarse como una futura norma
de conducta.
Se amarra a cualquier ocurrencia, usando
lógicas diferentes según los momentos. Conductas contradictorias que hacen del
ser humano un ser inestable, al menos desde el punto de vista de los que se
aferran a lo que se denomina “sentido común”. Claro que, de ese género humano,
no sólo aparecen locos humanos, sino que, también, surgen otros incomprendidos
y raros seres humanos que acaban siendo “genios”, inventores o descubridores,
aventureros osados en sus principios, e idolatrados tras sus logros y hazañas
de las que se vanaglorian otros seres humanos al edificarles cimas en la gloria
y paradisíacos panteones al pasar a mejor vida.
Buscamos, los humanos, motivos para sentirnos
glorificados en vida, sentir la satisfacción de palpar a los otros- los más
inferiores y los menos agraciados- rendirnos pleitesía al alabar y reconocer
nuestra superioridad o nuestros adelantos que nos llevan a esa gloria efímera
que, pese a su cortedad en el tiempo, nos sirve para ver al mundo desde las
cumbres que nos ofrece el azar de las circunstancias. Los seres humanos
renunciamos a todo nuestro estatus y a toda nuestra grandeza conseguida en
décadas cuando, de repente, vencemos o destacamos en concursos y competiciones
olímpicas para disfrutar de la nueva gloria que nos hace destacar frente a
otros gracias al esfuerzo de un atleta o de un reducido grupito de deportistas
que, muchas veces, no ganan por ser los mejores, sino por ser los menos malos…
y se suceden las celebraciones incluso después de pasada y olvidada la resaca
de turno.
No nos contentamos con ser lo que realmente
somos. Buscamos siempre lo inalcanzable aún sabiendo de nuestras limitaciones y
de la mediocridad de nuestros méritos… y nos inventamos mil y una maneras y
trampas para conseguir lo que no nos merecemos. Ahí pervive la oquedad humana
que padece un vacío en su propia identidad incluso consigo mismo.
Y el ser humano siempre soñó con poseer una
varita mágica para dominar el mundo y arrodillarlo a sus pies; con poseer un
punto de apoyo para poder mover el mundo; con poseer ejércitos malévolos e
inclementes para avasallar a quienes se le pongan delante, y anexionar lo
máximo de terrenos con riquezas ocultas para usurparlas a sus dueños
originales…Así es el ser humano, mira y busca, siempre donde puede encontrar
algún aliciente para satisfacer su ego y su codicia, donde romper los
mandamientos de la fe que profesa puesto que, piensa, siempre habrá tiempo para
arrepentirse y confesarse por los agravios cometidos contra otros seres
humanos. Puede decirse perfectamente que la aparición de las religiones, tanto
las creadas por los mismos seres humanos como las religiones celestiales, ha
creado cierto orden dentro de la raza humana al racionalizarla dentro de unas
normas de vida comunes a la sociedad donde se vive. Es cierto que había muchas
sectas y muchas comunidades que vivían de sus credos, producto de sus
deducciones y temores dentro de la naturaleza, hasta el punto de crearles
dioses a todos esos “motivos de temor”. Así, el ser humano, creó dioses y
diosas para el viento, para la mar o océano, para el vino, para el amor, para
la sabiduría, para el fuego, para la fertilidad, para la guerra…etc. Podemos
tomar a Grecia y Roma como referencias de esa idolatría nacida de lo mundano,
de los temores a las iras de la naturaleza.
Me gustaría despertar alguna mañana sin tener
que escuchar los horripilantes noticieros; sin tener que encontrarme con las
primeras páginas de los periódicos matutinos ensangrentadas con retratos de
opresores de diferentes puntos del planeta y sin títulos degradantes del género
humano. Sentirme persona humana al completo al comprobar que el mundo se ha
humanizado por voluntad propia. Sentir orgullo de pertenecer a la raza humana,
que la justicia social haya abolido el hambre y la necesidad, que todos los
humanos de todos los pueblos tienen techo y cobijo y que, por fin, me habré
hecho un “ser humano”.
Ahmed Mgara, Madrid,
30.01.2016.
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