MUJERES
Y POETISAS DE AL-ANDALUS
Por: Ana
Herrera.
1.
EL MARCO HISTÓRICO
Al comienzo del siglo VIII, el reino godo
de Hispania se encontraba en una grave crisis en la que, a un periodo
continuado de sequía y malas cosechas con su secuelas de hambre y miseria para
la población, se sumaba una crisis política en forma de guerra civil entre el
rey elegido por la nobleza, Roderico(Rodrigo),
y los partidarios de Agila, hijo del
difunto rey Witiza. Aunque se impuso
Rodrigo, los partidarios de Agila no aceptaron su derrota y
resolvieron pedir ayuda al nuevo poder que acababa de hacer su aparición al
otro lado del Estrecho: los árabes. Así, después de una primera expedición de
reconocimiento, Tariq ibn Ziyad, gobernador
de Tánger, a las órdenes de Musa ibn
Nusayr, gobernador árabe de Túnez, desembarcó en abril del 711 con un
reducido ejército de árabes y bereberes y, con la ayuda del bando witizano
derrotó al ejército de Rodrigo en la batalla de Guadalete.
A este respecto, tenemos la leyenda de la
Cava:
Cuentan que al llegar la primavera el rey D.
Rodrigo contemplaba desde una ventana sus jardines y estanques y que un día vio
bañarse en ellos a una doncella entre las cuales llamó su atención la Cava,
hija del conde D. Julián, gobernador de
Ceuta, que había sido enviada a Toledo para completar su educación, hasta el
punto de enamorarse perdidamente de ella. Enterada ésta de su amor, rechazó las
razones amorosas de D. Rodrigo.
A
su vez el rey vivía preocupado por algo que le sucediera poco antes de conocer
a la Cava. Existía en Toledo un palacio encantado llamado la Cueva de Hércules.
Entró allí D. Rodrigo y vio extrañas figuras de árabes en los tapices que lo
decoraban. De pronto leyó una inscripción que nubló su ánimo y que decía que
cuando alguien hubiese penetrado en aquella instancia, España sería entregada
al pueblo representado en los tapices. El rey se debatía entre este tormento y
el deseo de poseer a la Cava. Una tarde bochornosa mandó a buscarla y la
sedujo, y la Cava lloró al ver su pureza tronchada por el loco deseo de D.
Rodrigo. Perdió su belleza y llena de rencor envió cartas a su padre para que
vengase su ofensa. Y así el conde envió cartas al Rey moro diciéndole que le
entregaría España. Un día en que D. Rodrigo dormía junto a la Cava soñó con una
doncella llamada Fortuna que le avisaba de la destrucción de España. Cuando
despertó, sus mensajeros le anunciaron que los enemigos estaban cerca. Montó a
caballo y salió a combatir. La batalla fue en el río Guadalete(Wadi Lakka).
Desde un cerro vio sus ejércitos derrotados y llorando exclamó: “¡Ayer era rey
de España, hoy no lo soy de una villa!”. Al llegar la noche, huyó y llegó a una
ermita cerca de Viseo cuidada por un santo varón al que pidió penitencia. El
ermitaño, tras oír una voz que le daba instrucciones, encerró a D. Rodrigo en
una sepultura donde había una sierpe de tres cabezas que acabó devorándolo. Al
fin murió D. Rodrigo y en el mismo instante de su muerte se oyó una alegre
sinfonía de campanas celestiales, y el ermitaño comprendió que Dios había
perdonado al último rey godo. Cuenta la leyenda que, antes de la batalla, murió
Florinda de tristeza y el rey la enterró en un subterráneo de su castillo. Su
padre no pudo encontrarla. Cuando Musa destruyó la fortaleza, encontró su tumba,
y estas tierras tomaron el nombre de Castillo de la Amada. Los habitantes del
lugar dicen que una mujer loca y desmelenada recorría las orillas del Tajo
profiriendo gritos salvajes. Nadie pudo nunca acercarse a ella. Un día
desapareció y nadie volvió a verla. Entonces ocurrió que sólo al llegar la
noche se veía a la mujer sobre un torreón mirar con tristeza hacia el palacio
que fue de D. Rodrigo, y se veía también la sombra de un hombre armado de todas
armas. Ambos fantasmas se miraban y las tinieblas espesas reinaban sobre el
pueblo amedrentado. Los fieles acudieron a un ermitaño que habló con la Cava,
quien le cuenta que ambos bajan a hacer penitencia y le pidió que bendijera
aquellos lugares y que entonces nunca más aparecería en ellos. El ermitaño y los
fieles bendijeron el lugar y el cuerpo de la mujer en putrefacción salió de su
tumba y se hundió en el río. Y nunca más se vio en Toledo la sombra de
Florinda.
Después de Guadalete, Tarik siguió avanzando hacia el
interior, seguido al poco por otro ejército, a cuyo mando se había puesto
personalmente Musa y, conjuntamente, en un periodo asombrosamente corto de
cinco años, pusieron bajo el control árabe la práctica totalidad de la
península, dejando como gobernador del territorio de Al-Andalus a su hijo Abd al-Aziz, que sería el primero de
los emires andalusíes dependientes de Damasco.
Una vez delimitado el territorio que iba
a ser ocupado, los árabes se
dedicaron a organizar dicha ocupación: control de las principales vías de
comunicación, estableciendo guarniciones permanentes en los puntos claves:
Sevilla, Córdoba, Toledo, Calatayud y Zaragoza; trasladando la capitalidad que
estuvo en un primer momento situada en Sevilla a Córdoba. Sometieron a la
población hispanogoda mediante una sabia política de pactos y capitulaciones o
a cambio del pago de un tributo. Mientras duró la dependencia andalusí del
califato de Damasco, a la cabeza de la jerarquía política, militar y religiosa
estaba el emir, representante del califa no sólo en lo político, sino también en
lo religioso.
En el 755
Abd al-Rahmán Idesembarca en
Almuñécar. Llega a la Península tras una
prolongada estancia en el norte de África. Entró triunfalmente en Córdoba,
donde fue aclamado como Emir, y proclamó su independencia política del califato
abbasí, aunque seguía reconociendo su autoridad religiosa. Es conocido su
célebre poema a la primera palmera oriunda de Oriente, trasplantada a España.
Tenía una quinta en el campo, idéntica a la que tuvo su tío cerca de Damasco.
Contempla una palmera al-Ruzafa,
lejos en
Occidente, lejos del país de las palmeras.
Dije: tú,
como yo, estás lejos, en un país extraño.
¡Cuánto
tiempo he estado lejos de mi gente!
Y como yo
vives en el último rincón de la tierra.
¡Qué las
nubes matutinas te refresquen a esta distancia,
Y que las
lluvias abundantes te consuelen para siempre!
Después de varios sucesores, con Abd
al-Rhamán II tuvo lugar la definitiva consolidación del estado omeya.
Abd
al-Rhamán III transformó en menos de veinte años un territorio atomizado en
señoríos semiindependientes en un estado centralizado y cohesionado. Es
proclamado califa tras haber sometido con éxito todos los focos de disidencias
y poco después de haber obtenido significativas victorias contra los reinos
cristianos. La etapa que abarca los califatos de Abd al-Rhamán III y su sucesor al-Hakam
II será la que marque el momento de máximo apogeo del estado cordobés en
todos los órdenes. Se vive un periodo de extraordinaria y próspera actividad
económica y se asiste a un esplendor cultural y artístico sin parangón en la
época.
Como reflejo de esta riqueza, el califa
mandó construir fuera de Córdoba, una ciudad palatina, de belleza sorprendente:
Madinat al-Zahara. Nombre de una
hermosa esclava del rey. Concuerda con esta leyenda el romance atribuido a Abd al-Rhamán III.
Oro, mármoles y jaspes
te doy, porque eres tan bella,
que tu hermosura reclama
el marco de las riquezas.
Ni aun ofreciendo a tus plantas
todo el oro de la tierra,
pagara yo el homenaje
que merece tu belleza;
que al cabo el oro es del mundo,
tú divinamente bella.
Para honrarte cual mereces
¡Quién un cielo poseyera!
En
cuanto a la leyenda, cuentan que para agasajar al califa los monarcas de otras
tierras enviaban fabulosos regalos.
Cierto día, paseando Abd al-Rhamán
por el patio de naranjos de la Gran Aljama, vio aparecer una comitiva formada
por una larga fila de mulas ricamente enjaezadas, cargadas de innumerables
tesoros. Detrás, una docena de eunucos custodiaban a varias cautivas de
sorprendente belleza. Todo ello constituía una ofrenda del emir de Granada al
califa de Córdoba. Era Azahara la
joven más hermosa de toda la comitiva. Procedía de Elvira y el tumulto de la
gran ciudad la llenaba de turbación y asombro. Sus ojos eran tan negros y
brillantes que hicieron saltar chispas de fuego en el corazón de Abd al-Rhamán. Tanto ardor sintió el
califa que apartando a la muchedumbre se acercó a ella y le preguntó:
-
¿Quién
eres, mujer? ¿Cómo te llamas?
-
Azahara,
mi señor.
Así
fue como Azahara se convirtió en la
favorita de Abd al-Rhamán. A este se
le murió una concubina que dejó una gran
fortuna con destino a la redención de cautivos musulmanes. Se buscaron en el
país de los francos y no se hallaron. Entonces le dijo al califa su concubina Azahara: “Deseo que construyas para mi una ciudad que lleve mi
nombre y sea de mi propiedad”. En efecto, ordenó construir dicha ciudad debajo
de la Montaña de la Novia, al norte de Córdoba, a unas tres millas de esta
ciudad. Ordenó que se construyera con la más alta y refinada técnica, para que
fuera lugar de recreo y morada de Azahara
y festón de los magnates de su reino. Se dice que en la puerta principal del
recinto el califa mandó colocar la efigie de Azahara la elegida de su corazón.
Sin embargo, Azahara estaba triste. Abd al-Rhamánler le pregunta: “¿Qué te
ocurre mi amor?, dime lo que te falta y yo lo traeré. Llena de melancolía,
Azahara miraba las montañas rojizas. Pensativa, recordaba los lugares de su
infancia y el manto de nieve que cubría la Sierra de Elvira cuando llegaba el
invierno.
Para
que volviera a sonreír, Abd al-Rhamán
ordenó que plantasen de almendros el Monte de la Amada. Por ello no hubo vista
más bella en la primavera cuando las flores blancas abrían y Sierra Morena se
ponía blanca de amor como una novia. La vida de Azahara fue breve, tan breve como la ciudad que por su amor fue
construida. Abb al-Rhamán,
convertido en un anciano solitario miraba alrededor y recordaba a su amada.
Sin embargo, el momento de máximo
esplendor suele ser también el comienzo del fin, y el califato cordobés no es
ninguna excepción. La dictadura de Almanzor significará
el comienzo de la crisis del califato, que saltará en mil pedazos pocos años
después de su muerte. Almanzor fue nombrado intendente del recién nacido Hisam II y, aprovechando la corta edad
de Hisamtermina haciéndose con el
poder absoluto en al-Andalus. Con Almanzor
el poderío militar del estado cordobés llega al máximo, y durante veinticinco
años su nombre será el más temido en todos los reinos cristianos del norte
peninsular. A la muerte de Almanzor
tiene lugar una serie de luchas y revueltas civiles que culminarán con la
ruptura de la unidad política de al-Andalus y su división en reinos de taifas.
Muy
débiles políticamente, estos reinos de taifas descansaron su supervivencia en
la contratación de costosas tropas mercenarias y en sus alianzas con otros
reinos, musulmanes o cristianos. A pesar de su debilidad político-militar, los
soberanos andalusíes favorecieron en sus reinos un importante florecimiento
cultural: poetas en Sevilla, científicos en Toledo, astrónomos en Zaragoza.
La
continua presión política y militar que los estados cristianos ejercían sobre
los cada vez más debilitados reinos de taifas conducirá, a partir de mediados
del siglo XI, a la intervención en la Península de los sucesivos pueblos que
ostentaban la hegemonía en el Magreb. Los primeros van a ser los belicosos
almorávides. El origen del Imperio
almorávide hay que buscarlo en las áridas tierras saharianas. Acudiendo a
la llamada de al-Mutamid de Sevilla, quien se había alarmado por la
conquista de Toledo por los castellanos, los almorávides desembarcan en
Algeciras y derrotan estrepitosamente a los ejércitos castellanos, sometiendo a
los debilitados reinos de taifas a los que supuestamente habían venido a
proteger.
En este
panorama de pactos de estado y alianzas políticas, a veces, ocupaban un lugar
muy importante las mujeres. Es el caso o la historia de la princesa Zaida. Su historia parece de leyenda o
de cuento oriental, no sólo porque fuera extraordinariamente amada por el
rey-emperador de Castilla y León, sino porque fue una mujer exquisita, culta,
educada, inteligente y bellísima. Tuvo con el rey el único hijo varón de éste, Sancho III el Deseado, que heredaría el
trono, quitándole la sucesión a sus hermanas mayores. Zaida murió antes de que,
en la desgraciada batalla de Uclés, desapareciera su jovencísimo y querido
hijo. Era hija del rey poeta de Sevilla al-Mu´tamid
y de la exquisita poetisa del al-Andalus, Rumaykiyya.
Nacida alrededor del año 1070, su madre la educó, como una princesa amada, en
la belleza y en la poesía, en el canto, en la danza y en la filosofía. Se
relacionó con la clase alta de la sociedad andalusí, con las mujeres más cultas
y educadas de la corte. Zaida se
parecía a su madre por su ingenio y belleza y a su padre por su alegría.
Conoció cómo sus progenitores vivían un amor de leyenda que expresaban en
repetidos y hermosos poemas. A los doce años, Zaida sabe que está prometida con el rey castellano, aunque él está
casado con una princesa cristiana procedente del sur de Francia, doña Inés de
Aquitania: son políticas matrimoniales. La princesa Zaida entra de lleno en esta política cuando su padre, el rey de Sevilla,
necesita firmar acuerdos con el poderoso rey Alfonso VI de Castilla y León. Zaida
fue enviada por su padre, al encuentro con el rey, como prometida en matrimonio
acompañada por una cuantiosa dote en la que entraban grandes y poderosas plazas
como Cuenca, Alarcos, Ocaña y otras. Era tan grande la dote matrimonial, que
este hecho ha quedado en la fábula. Tarde llegó la ayuda del cristiano, porque
el rey musulmán quedó prácticamente exiliado en su alcázar de Sevilla,
resistiendo cuanto pudo el asedio del ejército de los africanos. En Toledo se
encuentran la inteligente princesa y el rey castellano. Su mujer, la joven
reina Inés, había muerto. Zaida
convivió con ella en la corte y, entrando en amores con el rey, al poco tiempo tuvieron el hijo.
Cuando llega la hora del nombramiento del hijo como heredero, han transcurrido
veinte años desde aquella lejana promesa de matrimonio y entonces sí que se
celebra la boda entre la princesa Zaida
y el rey Alfonso puesto que hay que legalizar la sucesión del pequeño Sancho. A
partir de la boda, Zaida se
convierte en la reina Helisabeth tras su conversión al catolicismo. El rey
exalta sus capacidades y la llama regina
divina amantísima, dilectísima. Dura poco la felicidad del matrimonio
porque Zaida muere muy joven, alrededor
del año 1100, a consecuencia de un sobreparto, siguiendo la misma suerte que el
resto de las mujeres de Alfonso VI. Zaida-Helisabeth
será enterrada en Sahagún y dos siglos más tarde sus restos se trasladarán a
San Isidoro de León.
Los
reinos hipanomusulmanes se veían abocados al dilema de elegir entre la cada vez
mayor dependencia económica y política de los estados cristianos o el
sometimiento al integrismo almorávide, opuesto a las formas más liberales de
vida comunes en los territorios andalusíes. Este dilema se resume muy bien en
una famosa frase atribuida al rey poeta al-Mutamid de Sevilla: “Prefiero ser camellero en África
antes que porquerizo en Castilla”. Las taifas de Granada y Córdoba se
sometieron prácticamente sin lucha, mientras que Sevilla trató de resistir,
solicitando el apoyo de los castellanos. Tras el fracaso de Álvar Fáñez, lugarteniente del Cid,
enviado en su ayuda, Mutamid fue
desterrado a Marruecos. En los años siguientes, la presencia almorávide en
al-Andalus se va haciendo cada vez más incómoda. El enfrentamiento entre la
intransigencia religiosa y el fanatismo militar de los almorávides por una
parte y la sociedad andalusí, culta y refinada por otra, se va haciendo
inevitable. La descomposición del poderío almorávide a mediados del siglo XII
era evidente. A partir de ese momento, los almohades proceden a una política de
ocupación militar sistemática de al-Andalus, liquidando todos los focos de
resistencia y logran así hacia 1170, la nueva unificación del Magreb y la
España musulmana en el llamado Imperio
almohade.
Almorávides y almohades guardan cierta
semejanza, tanto en su origen como en su evolución posterior. De todas formas,
su irrupción en el panorama de la España islámica va a tener unas consecuencias
muy similares a las de sus antecesores almorávides: ocupación y unificación del
territorio por una parte y
reverdecimiento del espíritu del yihad o guerra santa por otra. El
enfrentamiento decisivo con los cristianos tuvo lugar en 1212 en las Navas de
Tolosa, donde la derrota del ejército almohade fue total. El declive militar
almohade fue fulminante y la hegemonía peninsular pasaba, ya de forma
definitiva, a los estados cristianos. La caída de los almohades no se debe sólo
a su debilidad frente a la imponente máquina militar que contra ellos habían
levantado los cristianos, sino también a sus propias contradicciones internas.
En los
años siguientes, la ofensiva de Fernando III de Castilla y la de Jaime I de
Aragón dejan el territorio de al-Andalus reducido al reino nazarí de Granada. Y aunque la suerte de los estados
hispanomusulmanes parece definitivamente echada, todavía el reino nazarí de
Granada, abarcando las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería más una
parte de las de Jaén, Córdoba y Cádiz, mantendrá viva la presencia islámica en
España por espacio de más de dos siglos. La habilidad diplomática de los
monarcas nazaríes les permitió la supervivencia durante los primeros tiempos de
la ofensiva cristiana. El reino nazarí subsistió todavía hasta los albores del
siglo XVI. Es digna de recordar, en este periodo, la historia que se cuenta
sobre el Abencerraje y la hermosa Jarifa:
Rodrigo de Narváez era un esforzado caballero
vasallo del rey de España y alcalde de Antequera y de Álora. Una noche salió a
realizar la guardia nocturna con un grupo de los suyos y se encontraron con
Abindarráez, un moro vistosamente ataviado y con ricas armas. Se abalanzaron
sobre él y no pudieron capturarlo. El moro demostró su valentía contra el
propio Rodrigo de Narváez y, al final, herido, cayó preso. De vuelta a Álora,
Abindarráez relató su historia a Narváez, ante la confianza que este le
demostraba. Le contó que descendía de los Abencerrajes de Granada, un linaje de
caballeros, la flor del reino. El rey de Granada cometió contra ellos una
notable injusticia: creyendo que se habían conjurado para matarle, los hizo
degollar a todos en una noche, y sus bienes fueron confiscados. Sólo la familia
de Abindarráez fue encontrada inocente, y se le permitió vivir en Granada a
cambio de enviar a sus hijos fuera de la ciudad. Al nacer Abindarráez, su padre
lo envió a Cartama con un alcalde amigo suyo, que tenía una hija hermosísima a
la que amaba mucho, y que quedó sin madre, pues murió en el parto. Los niños se
criaron juntos como hermanos y el amor creció entre ellos. Cuando se enteraron
de que no eran hermanos, se enamoraron con más fuerza. Pero el rey de Granada
envió al alcaide a Coín, ordenando que el abencerraje se quedara en Cártama, y
así los amantes se separaron. Jarifa le prometió a su amado que lo llamaría
para casarse con ella a la menor ocasión. Iba
Abindarráez, ricamente ataviado, de Cártama a Coín para casarse con Jarifa
cuando fue apresado por Rodrigo de Narváez. Este quedó tan admirado de la
historia del Abencerraje que lo dejó en libertad para casarse a cambio de que
volviera a prisión al cabo de tres días. El moro, al oír esto, lleno de alegría
prometió volver en este plazo. En Coín le contó todo lo que le había sucedido a
Jarifa. Esta le propuso pagar un rescate al cristiano con el oro de su padre,
pero el Abencerraje insistió en volver a su cautiverio. Entonces Jarifa
insistió en acompañarle para ser cautiva a su lado. Se casaron en ausencia del
padre y se presentaron juntos ante Rodrigo de Narváez a quien confesaron que no
querían separarse y que confiaban en su ayuda. Le pidieron que intercediera por
ellos ante el rey para que los perdonase. Rodrigo, conmovido, escribió al rey
de Granada contando el suceso y explicándole como él los perdonaba del
cautiverio; a su vez solicitaba del rey una carta para el padre de Jarifa
pidiendo de éste el perdón para los jóvenes. El padre se alteró mucho, pero el
rey insistió en conceder el favor al alcaide de Álora. El padre se presentó en
Álora para rescatar al Abencerraje y a la hermosa Jarifa, que con mucha
vergüenza, le besaron las manos, y éste, feliz de recuperarlos y reconociendo
la valentía de Abindarráez, los perdonó. Devuelta en Coín, le enviaron un
presente a Rodrigo de Narváez, y la amistad entre ellos duró toda la vida.
La definitiva decadencia granadina estuvo
marcada por la gran epidemia de peste negra que asoló Europa a partir de 1348,
que trajo un empobrecimiento general, y por el inicio de las expediciones
portuguesas a lo largo de las costas africanas, que con su consiguiente
apertura de nuevas rutas marítimas para el comercio del oro procedente de
África, deshizo el monopolio de hecho que Granada venía ejerciendo sobre este
comercio, lo cual la empobreció aún más, la debilitó y la sumió en una serie
interminable de disputas dinásticas y continuas guerras civiles. Así, después
de la unión de Castilla y Aragón por el matrimonio de Isabel y Fernando, los
monarcas cristianos se deciden a acometer la conquista de Granada. La campaña,
larga y dura, concluyó finalmente con la capitulación de Granada, en la que
hicieron su entrada los Reyes Católicos en enero de 1492. Boabdil, último soberano
hispanomusulmán, marcha al exilio y muere finalmente en Fez en 1530.
Con la conquista de los Reyes Católicos,
en el año 1492, moría políticamente el Islam andalusí, pero nos dejaba un rico
legado, que a través de España fue un agente decisivo en el renacer de la
cultura cristiana del Occidente europeo.
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