Homenaje a Mohamed Chakor
A Mohamed Chakor, maestro y amigo
Con motivo de su homenaje en Tetuán.
En la época ya bastante lejana de la adolescencia, allá por los años 60, me tocó, en esta Tetuán del alma, que hoy homenajea a uno de sus hijos ilustres… me tocó la carambola de toparme, en el Instituto al-Qadi Ayad y en la Escuela Normal Superior, con varios profesores de esa especie ya bastante rara en nuestros días, de esos que siempre son recordados con un profundo respeto (casi con veneración) y con muchísimo afecto. La memoria podría dar muchos nombres; en esta breve intervención mía sólo daré dos; los dos creo que tetuaníes; se trata de Benito Rodríguez, nuestro don Benito, profesor de español, cuyo trato y cuyos comentarios estimulantes a los ejercicios de redacción que pergeñábamos no se nos olvidan (algunas de sus frases siguen textuales en la memoria); tampoco se nos olvidan las revistas que nos regalaba cada semana
(“ La Gaceta Ilustrada ”, aquella “Blanco y Negro” de entonces, etc.)…
y de Mohamed el Haloui, el poeta de Tetuán y gran conocedor de nuestra poesía árabe preislámica, gracias al cual seguimos disfrutando de los versos de las muaal-laqat como disfruta un creyente con la lectura de las más bellas aleias del Corán.
Esta entradilla es para decir que, cuando en el ajetreo nuestro de cada día, surge Mohamed Chakor en el pensamiento, lo hace como un don Benito o un profesor el Haloui, esto es; con el aura de maestro entrañable que nos ha enseñado tantas cosas, que nos ha querido tanto y al que siempre recordaremos; esto a pesar de que no hace mucho tiempo que conozco a Chakor. Primero le conocí por sus cartas, que contenían artículos de su puño y letra, poesías, cuentos literarios e incluso libros, suyos o de otros autores… y luego le conocí personalmente, cuando fue a Casablanca, hace unos seis o siete años, a dar una conferencia, invitado por una asociación de médicos marroquíes que estudiaron su carrera en España; circunstancia que aproveché para hacerle una larga entrevista para el periódico para el que yo trabajaba.
Conocer la literatura de Chakor fue una casualidad, como fue una casualidad el que yo me pusiese a escribir en castellano, después de casi veinte años escribiendo en árabe.
Yo tenía la herramienta del castellano, que utilizaba como profesor de español y como lector y en 1990, el grupo Maroc Soir de Casablanca, por órdenes de Palacio, creó un periódico marroquí en español (un periódico que ha desaparecido precisamente este año de 2006). Trabajé en ese periódico con unas ganas enormes, sobre todo porque necesitaba un salario que me sacaba de apuros económicos; y, claro, trabajar en un órgano que se publicaba en castellano implicaba ponerse a escribir en esa lengua.
Algún tiempo después de empezar a trabajar en el Maroc Soir, recibimos las primeras cartas y trabajos de Chakor.
La chica que se encargaba de pasar a ordenador los textos que se publicaban, además de no saber español, cometía tantas erratas que era todo un fenómeno. Hacía grandes esfuerzos para no hacer sufrir al corrector, pero en vano. Y era una verdadera campeona en erratas difíciles o imposibles de descubrir, como Manuel en vez de manual, digerir en vez de dirigir, etc. Bueno, pues había que leer los textos no palabra por palabra sino letra por letra; y además había que leerlos hasta cuatro y cinco veces; y yo era el responsable de la corrección.
Yo conocía perfectamente el daño que hacen las erratas a los escritores, sobre todo a los que tienen la manía de perfeccionistas; sospechaba que Chakor tenía esa manía. Yo siempre la he tenido.
Lo que al principio eran varias lecturas, peinando los textos chakorianos, desactivando cualquier errata que pudiera enfadar a nuestro ilustre escritor, que colocábamos en un pedestal, como uno de los fundadores de la literatura marroquí en castellano, que publicaba sus libros en España, que tenía lectores y cuyos textos nos imponían mucho respeto, … decía que lo que al principio era una búsqueda de erratas, se convirtió en una lectura en profundidad de los textos de Chakor y en un enorme placer. Así fue cómo su literatura agarró al corrector.
Sólo leemos los textos tantas veces como yo leía los de Chakor, cuando nos obligan en la Universidad a estudiarlos (y por tanto, leerlos todas las veces que sea necesario, para comprenderlos mejor, en busca de una buena nota); después nos damos cuenta –casi siempre- de que son buenos libros y nos sentimos satisfechos de haberlos leído; decía: cuando nos obligan a leerlos en la Universidad o cuando los traducimos a otra lengua. Creo que es una verdad de Perogrullo aquello de que el mejor lector de una obra es su traductor. Y con Chakor así como con el poeta larachense Momata (cuyas poesías nos llegaban cada semana y yo las leía tantas veces o más que los textos de Chakor, porque las cartas enrabietadas del bardo larachense eran temibles); decía que con Chakor me pasó un poco como con Borges; yo al principio decía ¿pero qué es eso de literatura marroquí escrita en español? A Borges primero le rechacé, al leer por ahí que el genio bonaerense despreciaba a los indios y a los negros e ignoraba a Machado, a Don Antonio; y luego, cuando, a principios de los 80, trabajaba en la revista “Attaqafa al Yadida”, y el director, que era el poeta Mohamed Bennis, me pidió que seleccionara varios cuentos de Borges y los tradujera al árabe, no me atreví a decirle que no; él era el jefe y puse manos a la obra y descubrí la literatura exquisita, la alta literatura del autor de “El Aleph”, Jorge Luis Borges, cuyos cuentos sigo leyendo en el autobús, en el tren o en alguna sala de espera, como sigo leyendo los versos de Momata o los textos de Chakor, que se merece este homenaje de hoy y muchos más.
y de Mohamed el Haloui, el poeta de Tetuán y gran conocedor de nuestra poesía árabe preislámica, gracias al cual seguimos disfrutando de los versos de las muaal-laqat como disfruta un creyente con la lectura de las más bellas aleias del Corán.
Esta entradilla es para decir que, cuando en el ajetreo nuestro de cada día, surge Mohamed Chakor en el pensamiento, lo hace como un don Benito o un profesor el Haloui, esto es; con el aura de maestro entrañable que nos ha enseñado tantas cosas, que nos ha querido tanto y al que siempre recordaremos; esto a pesar de que no hace mucho tiempo que conozco a Chakor. Primero le conocí por sus cartas, que contenían artículos de su puño y letra, poesías, cuentos literarios e incluso libros, suyos o de otros autores… y luego le conocí personalmente, cuando fue a Casablanca, hace unos seis o siete años, a dar una conferencia, invitado por una asociación de médicos marroquíes que estudiaron su carrera en España; circunstancia que aproveché para hacerle una larga entrevista para el periódico para el que yo trabajaba.
Conocer la literatura de Chakor fue una casualidad, como fue una casualidad el que yo me pusiese a escribir en castellano, después de casi veinte años escribiendo en árabe.
Yo tenía la herramienta del castellano, que utilizaba como profesor de español y como lector y en 1990, el grupo Maroc Soir de Casablanca, por órdenes de Palacio, creó un periódico marroquí en español (un periódico que ha desaparecido precisamente este año de 2006). Trabajé en ese periódico con unas ganas enormes, sobre todo porque necesitaba un salario que me sacaba de apuros económicos; y, claro, trabajar en un órgano que se publicaba en castellano implicaba ponerse a escribir en esa lengua.
Algún tiempo después de empezar a trabajar en el Maroc Soir, recibimos las primeras cartas y trabajos de Chakor.
La chica que se encargaba de pasar a ordenador los textos que se publicaban, además de no saber español, cometía tantas erratas que era todo un fenómeno. Hacía grandes esfuerzos para no hacer sufrir al corrector, pero en vano. Y era una verdadera campeona en erratas difíciles o imposibles de descubrir, como Manuel en vez de manual, digerir en vez de dirigir, etc. Bueno, pues había que leer los textos no palabra por palabra sino letra por letra; y además había que leerlos hasta cuatro y cinco veces; y yo era el responsable de la corrección.
Yo conocía perfectamente el daño que hacen las erratas a los escritores, sobre todo a los que tienen la manía de perfeccionistas; sospechaba que Chakor tenía esa manía. Yo siempre la he tenido.
Lo que al principio eran varias lecturas, peinando los textos chakorianos, desactivando cualquier errata que pudiera enfadar a nuestro ilustre escritor, que colocábamos en un pedestal, como uno de los fundadores de la literatura marroquí en castellano, que publicaba sus libros en España, que tenía lectores y cuyos textos nos imponían mucho respeto, … decía que lo que al principio era una búsqueda de erratas, se convirtió en una lectura en profundidad de los textos de Chakor y en un enorme placer. Así fue cómo su literatura agarró al corrector.
Sólo leemos los textos tantas veces como yo leía los de Chakor, cuando nos obligan en la Universidad a estudiarlos (y por tanto, leerlos todas las veces que sea necesario, para comprenderlos mejor, en busca de una buena nota); después nos damos cuenta –casi siempre- de que son buenos libros y nos sentimos satisfechos de haberlos leído; decía: cuando nos obligan a leerlos en la Universidad o cuando los traducimos a otra lengua. Creo que es una verdad de Perogrullo aquello de que el mejor lector de una obra es su traductor. Y con Chakor así como con el poeta larachense Momata (cuyas poesías nos llegaban cada semana y yo las leía tantas veces o más que los textos de Chakor, porque las cartas enrabietadas del bardo larachense eran temibles); decía que con Chakor me pasó un poco como con Borges; yo al principio decía ¿pero qué es eso de literatura marroquí escrita en español? A Borges primero le rechacé, al leer por ahí que el genio bonaerense despreciaba a los indios y a los negros e ignoraba a Machado, a Don Antonio; y luego, cuando, a principios de los 80, trabajaba en la revista “Attaqafa al Yadida”, y el director, que era el poeta Mohamed Bennis, me pidió que seleccionara varios cuentos de Borges y los tradujera al árabe, no me atreví a decirle que no; él era el jefe y puse manos a la obra y descubrí la literatura exquisita, la alta literatura del autor de “El Aleph”, Jorge Luis Borges, cuyos cuentos sigo leyendo en el autobús, en el tren o en alguna sala de espera, como sigo leyendo los versos de Momata o los textos de Chakor, que se merece este homenaje de hoy y muchos más.
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