Mohamed Sibari... en el recuerdo.
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Homenaje a Mohamed Sibari.
Por: Ahmed Mgara, del libro “Sibari y
Nosotros”
Los avatares de la vida nos suelen
aportar vivencias y experiencias muy dispares. Gratas, algunas, pero ingratas,
las otras. También nos ponen, como rigor dictado por el destino, que nos
encontremos con gentes de grandes valores y que nos marquen para el resto de
nuestras vidas, nos llenan de sus experiencias aportándonos la riqueza de su
vivencia, la humildad de su caminar por la vida, los aprendizajes adquiridos
durante su larga trayectoria por las sendas de la sociedad y del conocimiento…
Para mí, conocer a Mohamed Sibari, la
persona y el escritor, fue uno de mis grandes aciertos en mi humilde caminar
como escritor. No solamente por haber conocido a un creador de calidad vertical
y de producción, siempre sublime y en alza, sino, también, por haber hallado en
él un ser humano con una personalidad férrea, de sanas convicciones
irreversibles; una persona íntegra que llamaba a cada cosa por su nombre, sin
dar vueltas, sin buscar tapujos… todo ello con una grácil y desenfrenada alegría,
sonriendo con señoriales sentimientos incluso en los momentos bajos, cuando
recibía algún golpe bajo y que, a su bondad, le costaba encajarlo sin tristeza
y sin dolor.
Recapacitando someramente, puedo decir
que mis recuerdos compartidos con Sibari fueron muchos, llenos de anécdotas, de
respeto compartido, de afecto y amistad. Pero no puedo evitar gritar a los
cuatro vientos que hubiera dado lo que fuera para compartir con él más
experiencias… y estar a su lado en más ocasiones, hablar, discutir y, en definitiva,
vivir con él un poco más el verdadero sentido de la vida.
Sibari, pese a haber nacido en
Alcazarkebir, vivía con alma oceánica como buen larachense que fue. Poseía la
vocación de la inmensidad en su alma y en su generosidad con quienes acudían a
él en busca de ayuda, consejo o una simple palabra de amistad porque, Sibari
era un buen amigo de sus amigos; puedo decir que él valoraba su amistad con sus
amigos con más importancia y valoración que sus propios amigos por impregnarla
– a esa amistad- con altas dosis de fidelidad y de nobleza. Y es que Mohamed Sibari
no podía ser diferente en sus comportamientos a lo que su alma le dictaba como
hombre de altos principios. Era un hombre muy sensible, demasiado sensible para
una persona que parecía- desde fuera- ser un ser duro.
Sibari sentía mucho orgullo por tener a
muchos de sus detractores enfrentados a sus logros y de cuantos criticaban su
labor dentro de la literatura marroquí en español. Una vez, hablando del tema
en el Kursaal de Algeciras en octubre de 2008 al coincidir en un coloquio en el
que tuve el honor de participar con “El Maestro” me comentó riéndose que le
criticaban lo que hacía los que no lo pueden hacer pese a que, a esos mismos,
les gustaría poderlo hacer. Críticas destructivas de moralidades negativas que
nunca consiguen llegar a ninguna meta. Esas críticas nocivas, para Sibari, eran
razones de más para seguir en la brecha y dentro de la línea que él mismo había
elegido por convicción propia y teniendo en cuenta el medio y las circunstancias
en las que se movía.
A los detractores, Sibari publicaba
siempre otro libro para darles de qué hablar… le divertían las falsas críticas.
A Sibari le criticaban el hecho de
escribir, editar y distribuir sus libros él mismo… cuando eso es lo que hacemos
todos los escritores marroquíes en español, queramos reconocerlo, admitirlo y
destacarlo o no, salvo muy raras excepciones y que son cuando se nos publica
por una editorial o institución española.
Esa labor era envidiable porque a Sibari le
costaba publicar sus libros un dineral que era suyo y que casi nunca recuperaba
del todo pese a que sus libros eran apreciados y muy bien valorados tanto es
España como en Marruecos. Claro que publicar un libro en español en Marruecos
siempre ha supuesto un desafío por no haber ni editoriales que podían embarcar
en esas odiseas difusas, ni distribuidoras cualificadas para llevar esos libros
a donde se puedan vender, ni haber librerías especializadas que podían
comercializar la creatividad del escritor marroquí en español. Y, si a todo
ello le añadimos el pasotismo y el desinterés de las Instituciones culturales
españolas en Marruecos hacia todo lo que es producción literaria marroquí en
español, tendremos como resultado un panorama poco adecuado para ser festejado.
Y Sibari también vivió esas experiencias con sus desenlaces poco agradables. Pero
soñaba con el reconocimiento hacia toda la producción literaria marroquí en
español, no solamente la suya, sino la de todos sus compañeros ya que, el
escribir en Marruecos en español después de la independencia ha sido
considerado siempre como tirarse al vacío… hasta que el difunto Mohamed Sibari
tuvo la “osadía” de publicar El caballo, en 1993 y Regulares
de Larache en 1994. Dos obras desafiantes a la situación cultural
imperante en esa época y que entrarían a la historia de la literatura marroquí
expresada en español por “la puerta grande”.
Sibari llevó durante toda su vida la
labor de difundir Larache por donde iba. Amaba su tierra con la mejor de las
locuras.
De Larache amaba hasta las neblinas, de
las que me habló en Tánger en un Encuentro de hispanistas que organizó la A.E .M.L.E.
con gran colaboración del entonces Cónsul General de España en Tánger, señor
Remacha. Sibari me describía romántica y animadamente las
neblinas tal y como las sentía y veía él y, cuando terminó su descripción quise
bromear con él y le dije que por las neblinas se le llama a Larache “hija de
Londres”. Sibari se me queda mirando y me dice: “De eso nada, majo, Londres es
la hija de Larache”… y echamos a reír los dos. He de mencionar que yo había
anunciado mi ausencia de ese Encuentro por estar mi mujer en un estado crítico
de salud por lo que no podía estar tres días en Tánger o lejos de casa. Sibari
me llamó diciéndome que la A.E .M.L.E.
nos había reservado, a mi mujer y a mí, la mejor sweet del hotel y que quería
conocer personalmente a la afortunada que compartía conmigo la alegría de
cuidar a Kais, nuestro hijo, que tenía pocos meses en aquel entonces. Claro que
cuando la conoció a ella me llamó muy serio y a solas y me dijo: “Jay Ahmed,
somos amigos, pero, si no me cuidas bien a tu mujer, te enterraré entre las
páginas de mis libros” y me abrazó de manera tan afectiva que entendí el
mensaje, entre líneas. Un hombre sincero de ese calibre tan sólo podía merecer
mi afecto, respeto y consideración.
En otro contexto, debo mencionar que la
literatura marroquí de expresión hispana, entiéndase hispanismo marroquí,
perdió los últimos años a varios de sus representantes más representativos,
cada uno dentro de su especialidad. Entre ellos puedo sitar a los difuntos MOMATA
(Mohamed Mamoun Taha), Abdellah Djbilou, Mohamed
Khallaf y a ellos se suma Mohamed Sibari. Todos se nos
fueron sin previo aviso, aunque la muerte no suele avisar, y todos quedaron en
el olvido tras días de protagonismos ajenos y de improvisados proyectos que
quedaron a medio camino, si es que alguna vez se concretizaron como proyectos.
Pienso que va siendo tiempo de que tomemos conciencia, por encima de ideas y
convicciones particulares, de que tenemos la sublime misión de honrar la
memoria de esos gladiadores del hispanismo que lo dieron todo por enaltecer el
peso de la literatura y de la cultura de España en Marruecos. Hay que perpetuar
su memoria.
A nivel de prensa, Sibari
comenzó su larga singladura de
producción literaria a nivel nacional a través del suplemento en español del
periódico francófono de Rabat L Opinión, al igual que la mayoría
de los hispanistas marroquíes que vivieron esa época, luego, tras la
desaparición del mencionado suplemento, empezó a publicar en casablanqués La Mañana del Sáhara
que, en sus inicios, era dominical para pasar a publicarse seis veces a la
semana. Los dos medios aparecieron por motivos políticos concretos, por lo que
el tema literario era secundario y aditivo para los interesados. Recuerdo cómo
se celebró en La Mañana
la aparición de El Caballo en 1993. Todo un evento que aún
recuerdo.
Ello daría lugar a pensar en una
asociación que agrupase a los escritores marroquíes en español con la idea de
promocionar la publicación en el idioma castellano e impulsar su presencia en
los foros académicos. En septiembre de 1997, el escritor hispanomarroquí Mohamed
Bouiessef Rekab es elegido en asamblea general constitutiva de la Asociación de
Escritores Marroquíes en Lengua Española cuya sede era la ciudad de Larache. Nació
como proyecto entre varios amigos que se afanaron en crearle, cuidarla y
mantenerla. Por ella pasarían personajes del hispanismo marroquí hasta que
quedó sepultada por varios de sus propios fundadores. Sibari fue uno de los
miembros con más presencia y que, pese a su estado de salud, intentaba darle un
resurgir que nunca pudo reavivar.
Reconozco que Sibari era mi ídolo, que me
encantaba leer lo que nos escribía, por ello defendía su obra incluso sin haberla
leído aún, en muchos foros y eso no era por el afecto que me tenía, sino por la
valía y la calidad de su obra, poco igualable en esas épocas en las que no
teníamos casi nada.
Sibari era un ejemplo a seguir. Un
valeroso caballero con aptitudes natas en un luchador de y por la vida, siempre
desde el pedestal de su gracia, hallándole un perfecto sentido sarcástico y
humorista a cualquier circunstancia.
Cierta noche, en la bella ciudad de
Algeciras mientras caminábamos hacia el restaurante del hotel para cenar, dejó
de avanzar sus muletas y se paró muy seriamente. Me miró y me dijo: “Si Ahmed,
te voy a confesar una convicción a la que llegué como conclusión cuando venía
en el Ferry en el Estrecho. He descubierto que nunca volveré a jugar un partido
de fútbol”… y se echó a reír mientras preparaba sus muletas para seguir hacia
el restaurante. Admirable voluntad.
Escribiendo, el difunto Mohamed Sibari
era imparable, siempre se hacía inspirar por las cosas bellas que tuvo o tiene
su Larache. Traducía y tergiversaba el blanco de su ciudad convirtiéndolo en
misterioso suspiro que lo mismo podía estar impregnado de sufismo que de
profanas intenciones. No me refiero solamente a la brisa oceánica que cubre la
ciudad de melancólica paz, ni a la gaviotas cuyo vuelo contemplaba desde su
balcón, ni al rugir de las olas que pretendían salir de su enclave para abrazar
al gran Sibari de Larache con un fraterno y efusivo abrazo; tampoco me refiero
a la gente humilde que lo idolatraba, ni a los personajes peculiares que suele
tener cualquier ciudad, sino, a la inmensidad del cielo que se va alejando
desde el oceánico balcón- mirador para dejarse caer en el horizonte, allá en
alta mar. El cielo de Larache era y es tan inmenso como el alma de nuestro
amigo.
Sibari le daba a todo un sentido
melancólico y alegra, a la vez, romántico, mítico y místico sin salirse de una
sola expresión. Sibari depositaba en sus escritos todo el volcán emocional que
tan solo los grandes escritores pueden llevar en el alma.
Y Larache se verá amputada en su estatus
como ciudad tras dejar escapar de entre su fragancia el alma de nuestro llorado
Mohamed Sibari. Larache no será la misma ciudad sin su Sibari. Claro que esto
lo sentiremos mucho más cuando arribemos a la ciudad de la paz… y nos demos
cuenta que uno de los hijos más lúcidos que tuvo Larache en las últimas décadas
ha grabado en la memoria de la ciudad toda una leyenda que ondea entre la
claridad del cielo y la grisácea mirada del océano, una historia de amor llena
de misticismo y con cargas emocionales que superan lo mítico. Sibari, sin darse
cuenta, se fue haciendo grande e inmenso en la ciudad del silencio y de la
contemplación gracias a las alusiones que de la misma dibujaba en la virginidad
de las hojas de sus libros. Lo hacía de manera tan simple y singular que
resultaba imposible una imitación de su gran obra.
Sibari ha sabido plasmar en las burbujas
furiosas de las olas la quietud y la paz gracias a su grácil y generosa pluma,
gracias a su desenfrenada entrega a su Larache del alma. Una leyenda que el
vivía y disfrutaba a cada instante. Sibari, andando por su Larache, se sentía
como parte integrante de civilizaciones milenarias que siglos atrás atravesaron
las mismas sendas y miraban la intensidad de lo que llamaban “Mar de las
oscuridades” al comparar el océano con el Mare Nostrum. Un intelectual que
vertía en su ciudad lo que poseía e incluso lo que no tenía como si de un
idilio unilateral se trataba. No pedía nada a cambio de su generosidad
caballeresca, no buscaba contrapartidas a sus sentimientos. Su nobleza superaba
las bajezas mundanas de algunos intelectuales con marchamo de simios.
Mohamed Sibari fue y es el escritor
marroquí en lengua española que más libros ha editado. De ello nos ha dado
nuestro amigo Patricio González un buen muestrario con un listado detallado.
Algunas de sus obras fueron traducidas a otros idiomas… y esas cosas no siempre
gustan a todos. Surgieron detractores y criticones sin fundamentos intentando
demoler la gran obra siberiana, pero Sibari se crecía ante esas adversidades y
se afanaba para seguir en la brecha haciendo caso omiso de esas malsanas
visiones hacia su obra.
Algún día se hablará de Sibari por la inmensa
mayoría de los estudiosos y entendidos como un escritor polivalente en las
acepciones de sus concepciones, de la mescolanza de léxicos populares en sus
escritos y de la renovación en la expresión por dar lugar a un amalgama de
palabras que van desde el clasicismo hasta algunas jergas contemporáneas que se
emplean en diferentes puntos geográficos peninsulares e incluso en Suramérica,
entiéndase como aforismos. Se hablará de nuestro personaje con más intensidad
por las cargas emocionales que pueda recibir el lector al hallarse entre líneas
que avivan las ascuas del recuerdo y de la nostalgia y por devolvernos a esos
tiempos vividos intensamente en nuestra niñez y juventud dentro de unas
sociedades con similitudes muy parecidas a nivel de costumbrismo literario y
respecto a la coexistencia y convivencia entre todos. Daría igual, da igual,
que el texto se refiera a Larache en concreto en la dúctil obra de Sibari…
vivencias muy similares tuvieron lugar en zonas algo lejanas en la geografía
pero muy cercanas en el alma por llevar, todas, dosis exageradas de tanto amor.
Me refiero al Rincón del Mediq, a Río Martín, a Tetuán y a otros puntos de
encuentro de diferentes gentes de dispares procedencias, con un extenso abanico
de creencias y de etnias muy loables, pero llenos- esos enclaves- de amistades,
buenas vecindades, respetos entre todos y con una filosofía humana muy simple y
difícil a la vez. Aceptar la multiculturalidad para generar una cultura propia
del lugar en cuestión. Toda una riqueza que engendró una especie humana difícil
de encontrar en otros sitios que no fueran los mencionados… y es de allí de donde
procede lo perenne en nuestros recuerdos, en quienes fueron nuestros convecinos
en esas zonas aún después de décadas desde que inmigraron a su patria original
por causas o motivos que nunca fueron entendidos y, menos aún, justificados.
Gran
tristeza me embargaba mientras discutíamos los pormenores que le teníamos que
dar a éste trabajo en el algecireño Café Coruña, que es donde los miembros del
grupo Estrechando solemos decidir nuestros proyectos con perspectivas de
enlazar puentes entre las dos riberas del Estrecho y entre sus pueblos. Mi
amigo José María Cardoso se puso a leernos pasajes de lo que iba a configurar
su aportación; y mi amigo Patricio González nos habló de la línea que iba a
seguir en su escrito para el libro y, los dos, me propusieron escribir una
sinopsis de mi amistad con Mohamed Sibari y una elegía.
Y
optamos, definitivamente, por “Sibari y nosotros” como título de una
demostración de afecto y reconocimiento puesto que la palabra “homenaje” nos
resultó, a todos, un poco repelente por haber perdido el sentido que poseía
antaño. Tener a Sibari como amigo es todo un orgullo personal para nosotros.
Con éste humilde libro pretendemos renovar el abrazo afectivo y sincero con
Sibari, el amigo, y dejar bien plasmados nuestro pesar y nuestro recuerdo a la
nobleza de hombre muy peculiar que nos deleitó con su amistad desde años atrás.
Pero, ya
en el Ferry y de regreso a mi enviudada ciudad, descubrí en mi interior un
impedimento moral que no me permitiría ni escribir en el epitafio de Sibari ni
dedicarle una elegía pese al fatal desenlace… y recordé un refrán nipón que
dice que “quien escribió en su vida un libro, nunca muere”.
Y pensé
¿Qué pensaría Sibari de mi humilde persona si le dedico una elegía y si la
llega a leer en la inmensidad de la última morada? Sibari nos ha dejado
físicamente, pero arraiga en nuestro interior, y, como intelectual, creo que el
gran Mohamed Sibari está por venir. Los estudiosos e investigadores de la
literatura marroquí en español están obligados a indagar en la obra sibariana
por suponer un bagaje intelectual y sociocultural de todos los quilates
posibles.
Huérfana
se queda Larache de su ilustre hijo, protector y defensor como gladiador armado
con la palabra y el verso.
Huérfana
se queda la grisácea amargura oceánica que no tendrá ya, con quién compartir su
ira de cada ocaso, al anunciar el hundimiento del sol en su dorado horizonte.
Huérfana
se queda la neblina larachense del Lukus, que ya no hallará en quién dejar
reposar el rocío de sus lacrimales. Sentirá tristeza y amargura mientras
recorra, aturdida, la seria mirada de Sibari, para acariciarla.
Huerfanas
se quedan las olas coléricas del océano que no volverán a ver a su amado
asomado desde su balcón para verlas arribar a las rocas y arenas de la áurica
costa de su Larache del alma. Tristes y solas se sentirán esas olas… por no
hallan ante ellas al hijo predilecto de su tierra y de su mar.
Huérfanas
se quedan las gaviotas que se cansarán de dar vueltas y más vuelos al lugar
donde Sibari les guiñaba un ojo cada día para animarlas a seguir embelleciendo
el cielo de Larache y su claridad con sus acompasados vuelos y romántico
cantar.
Mohamed
Sibari se nos fue. No solamente a sus familiares, amigos y allegados, sino,
también a quienes nunca llegaron a conocerlo en persona aunque- a través de sus
libros- llegaron a descubrir su gran dimensión humana y los valores que llevaba
en su interior.
Descanse
en Paz el alma del amigo, del ídolo literario de los hispanistas marroquíes.
Para
paliar la pena de la distancia, nos queda la esperanza del reencuentro.
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