Historia de un adiós
MONOLOGO TEATRAL DE UN ACTO.
Por:Ahmed Mgara
Si no va a estar compartiendo conmigo las
olas del frío, le voy a regalar las lanzas afiladas del infierno. Compartimos
promesas, que su verano borró, compartimos ilusiones, que ella me robó. No
quiero que el tiempo le haga descubrir el error en que se vio incurrir.
Pero, antes de regalarle esas lanzas del
infierno, le embadurnaré de miel toda su piel, y, entre sorbos y lamentos, mi
ira tragará esa miel, entre oscuras albas, y mis labios por infiel.
Por culpa de su hiel, Me tragaré su miel.
Y no me tragaré su piel, por haber
escrito en mi sien que, como yo, pasaron por sus senos…cien.
Recuerdo que molinos de vientos ausentes
rizaban su filón dorado que no la dejaba ver más allá de la lúcida noche de sus
ojos y que los vientos, levemente bravíos, iban y volvían, llenos de soplos
ilusos, llenando las palmas de sus manos con jazmines y biznagas de lejanos
mares. Los luceros envolvieron su nuca como rosario de ilusiones y de claveles
paradisíacos.
Le tejió al sol una música para su son y,
antes de alborear, ya alumbraba los contornos de su mirar.
La luz la envolvía con el almidón de sus
sábanas de cera y jazmín primaveral, y el perfume de sus damas de noche la envolvía
en una burbuja ancestral que en mis ojos vino a naufragar cantando las Bulerías que brotaban de una condenada
garganta.
Desafió
al sol, cierta mañana invernal: “O sales, sol de mi costa, o alumbro, sola, lo
que haya que alumbrar” y, amarrada a su amanecer, a su almohada de fino clavel,
como una barca se amarra a los remos al naufragar, fue creciendo al mover su
mirar por el verdor del lugar. Rogole, la mar, que le diera un poco de su
salero para no naufragar entre los labios de su cara angelical.
Tanta gracia al caminar, tan solo se veía
en su andar al acompañar el canto de los jilgueros que querían, con su cintura
rimar, y, como las olas de la mar, navegar hacia altamar.
La mar le rogó que no creciera de su
inocencia y que me diese el embrujo de su mirada como encendido aguinaldo, en
mi soñado despertar, que tardaba en llegar.
La orilla de la Malagueta le ofreció un
manto bordado en un limonar con brisas
de la sierra y plata de su Gibralfaro secular; le pidió que tuviera piedad de sus
olas que, al clarear y al verla pasar por la Malagueta, salen de su mar en
busca de su nuca de almíbar para cortejarla hasta pernoctar. Sin pretenderlo,
le dio verso y rima a cada dardo de su punzante mirar e hizo surgir el milagro,
inventó, en su silencio, el verbo amar, y una yaga que me clavó en el nudo de
mi garganta y en el soñar.
Bajo el péndulo solar del Muelle Heredia
quisieron mis brazos su cuerpo abrazar pero ya estaba, ella, lejos de mi herido
suspirar. Se llevó las caricias que no alcancé depositar sobre su piel de miel sin
poder, siquiera, volverme a mirar. Y entre sus dedos encerraba la alianza que
no llegó a madurar. Maldije habernos devorado, antes de conocer el olvido y
vernos divididos.
Su sombra quedó abrazada a la mía,
enrejada como la nube se anudaba a su cielo en Trafalgar… mientras se esfumaba
su desalado mirar. No quisieron rimar mis versos si no brotaban en sus pupilas
y, desde aquél silencio, ya no se quieren mover mis manos si no es para dibujar
en los sueños, su revoltosa silueta revolotear. No quisieron mis labios amasar
más poros que los que la cubrían de magia y de agua de azahar. Veía, cada
atardecer, brillar las chispas de la estrella que, de sus manos, sobrevolaba
altamar en vuelos de ida con su regresar.
Embarcaba en la grupa de la oscura capa
de la noche, buscando estrellas profanas que no la dejaban, el sueño,
conciliar.
La noche se tenía que conformar con verla
pasar mientras le arrancaba el alma a mi suspirar, hizo del silencio melodías ardientes
que nadie conseguía cantar sin sentir destrozarse en sus entrañas la calidez de
los tiempos que a Asturias fueron a parar.
Incrédula, veía cómo la primavera acariciaba su mejilla antes
de subirse a la grupa de abril, desenfrenada y con la ilusión de anticiparse a
su sombra de mágicas estelas, casi fenecidas.
Atlántica al brotar en la vida, se hizo
andaluza. De mirada ardiente, se bañaba en coplas nunca escritas, aunque,
siempre cantadas por mi tenue voz que sabía a la albahaca que en Carranque
dejaba perderse sus estribos de tanta gracia primaveral. Para ella inventé mi
mejor piropo, nunca escrito, y le di a su iris mis mil y un colores al verla
pasar delante de mi ausencia. Mi locura se postró ante su sombra mientras
atravesaba la lejanía de un horizonte florido… y no escuchó mi voz tenue que se
ahogaba en mis suspiros más tempranos. Agosto se me hizo angosto. Perdió, la
luciérnaga, su vuelo y el misterio de su silencio.
La brisa tejía su mirada entre mis
párpados dejando los hilos del sol tras el rocío de la aurora. Sus ojos herían
mis venas… y callábamos mi desesperación en soledades profanas, llenas de penas
y de alegorías.
Algún amanecer furtivo el sol, antes de oír los
cantos afónicos de un gallo trasnochador, me preguntará si la vi pasar por el
vergel de mi lacrimal y sabrá, por mi silencio, que está clavada en mis
entrañas como el calor en el yunque, al forjar, como la sierra
de Ronda en sus grises piedras, adormecida para la eternidad.
De "Cante Jondo en el Feddan", Tetuán 2016
De "Cante Jondo en el Feddan", Tetuán 2016
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