"Réquiem en Tetuán", de Ahmed Mgara.
Tetuán, la novia sin ajuar.
Del libro "Réquiem en Tetuán", de Ahmed Mgara.
Tendida bajo las marchitas rosas de la alborada, la niña
de fuego cubre de caricias las cloacas que riegan sus acequias de llanto y de
encanto.
La rosa de los vientos torna su blancura en cuna de
tormentos, blasfemando sobre el letargo de sus sueños vespertinos.
El azul del cielo le trae de la mar su amargura y la
cicatriz de los siglos.
Golondrinas celestiales sobre su rocío vienen y van aún
sin traer ni llevar sobre sus alas lo que vienen a buscar.
Sus callejas impresionan como laberintos de hechizos,
como serpentines de cardo entremezclados con el rugir de su silencio.
Tetuán, en su pálida desnudez, descansa sobre el lecho
amargo del Dersa, tensa la espalda y acurrucada en el alma. Derrotada sin ser
vencida.
El aire que la comprime camina como las olas antes del
ocaso de su sol, casi sin movimiento y sin traslación. Da la impresión que el aire que entorna el Tetuán antiguo se
niega a cambiar de lugar.
Algunas descarriadas nubes vigilan la escasa calidez que
los desparramados árboles aún pueden proporcionar mientras, esas nubes, se
preocupan en alcanzar a otras - más fértiles y menos estériles - que no se
quisieron acercar a la secadez de la agria tierra que pisotean nuestros pies.
Mi visión se torna hacia el agreste Gorgues, punzantes
cuñas lo coronan y cansadas creaciones Divinas en él descansan. No sirvió, ni
sirve, su altiva espada para cubrir su espejo del mal de la magia. La
maldición, en su osadía venerada, corroe su carcoma que la edad, sin piedad,
dejó en él depositada. No tiene ya mi Gorgues ganas de nada. Un día cogió su
alma y la encerró en el fondo de la Alhama que de Busemlal se fue bajo la
tierra y bajo la mar para en Granada anidar.
Cogió, El Gorgues, la chispa de sus ojos y la enterró en
el gris que inunda sus pechos rocosos. Ese gris fogoso que antaño fue grito
afilado solo es, ya, llanto tenebroso y lamento andino que del sueño rocoso
brota desesperado.
Amanece y atardece a la vez para el envejecido Gorgues.
En su pecho ya no laten más que la hiel y el cristal acuoso que se enjuaga en
sus venas con la plata que se le escapó a la luna nocturna.
En el rudo silencio llora Tetuán su soledad y su
desesperanza; llora por sus fuentes la sangre derramada por las entrañas
apagadas. Llora su fuego y su lava…y no se ve nada.
Orgullosa muere y cabeza bien alta lleva aún viendo su
perdición bien asumida; de la blanca cal de sus callejuelas está tejiendo su
propia mortaja, con ella se desenfrena la crueldad del destino que la envuelve
y rechaza.
Ayer, de luna y plata tenía el ajuar; hoy, no tiene ni
donde reposar su aliento. Se niegan a darle morada las montañas y las nubes,
los astros y los vientos, los naranjos y los pinos.
Qué trágico final para una muerte nupcial. Se nos muere
la novia de Yebala y no lo pueden mis dedos remediar. No quiero contar sus
penurias, ni debo, mientras la veo postrada esperando su último sino. Ángeles de todos lares vienen a disputarse el
honor de alzarla por los cielos del Feddán y del Universo.
En su despertar, los estancados charcos acrecientan su
profundidad para sellar su ser actual. Se cubren de lodo y de esencias de odios
prematuros, de tinieblas y de augurios oscuros.
Puede decirse que éste Tetuán que adoro ya no es como
relucía en las ruinas melodiosas de las profanas prosas de los idílicos
profetas; Ahora no es más que llantos esparcidos sobre las ruinas de los sueños
sietemesinos.
No lejos del Tetuán blanco, descansan los afortunados
muertos de ahora y de siglos atrás. No quisieron, ni los tetuaníes de antes ni
los de ahora, morar lejos de sus lúcidas calles, y allí están…llevando la
amargura de tiempos pasados mezclada con la fertilidad de la tierra y
confundida con las cenizas corpóreas.
Aún muertos, los fallecidos de Tetuán siguen allí
escuchando el susurro que los vientos dejan reposar en los oídos del Dersa,
descansando junto a alguna higuera de sombras muy diurnas y duraderas.
Los seres queridos allí se reúnen y se confunden. Nadie
distingue los vivos de los muertos, ni siquiera el llanto o las súplicas de
unos por los otros.
El cementerio de
Tetuán, bendita morada para el despertar tetuaní. Alma y pecado se confunden
bajo el calor del sol y se funden en el amargor del mismo crisol…están más
vivos los muertos tetuaníes que los que coleamos creyendo estar vivos.
Comentarios